A partir de este mes, será eliminada la comida chatarra de las escuelas. La SEP prohíbe alimentos ultraprocesados en primarias, marcando un antes y un después en la alimentación escolar.
Esta medida, más que una simple restricción, es un grito de auxilio ante una epidemia silenciosa: la obesidad infantil.
Según información publicada por la Secretaría de Educación Pública (SEP) y respaldada por estudios del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), la venta de comida chatarra en escuelas primarias será eliminada a partir de marzo. ¿El objetivo? Frenar el impacto de los productos ultraprocesados en la salud de los niños y fomentar una alimentación más equilibrada desde la infancia.
¿Por qué la SEP prohibió la venta de comida chatarra en escuelas?
Si bien el debate sobre la alimentación escolar no es nuevo, esta vez la decisión es contundente. La SEP ha determinado que productos como frituras, refrescos, pastelitos y golosinas no tendrán cabida en los planteles de educación básica.
El motivo principal es claro: la obesidad infantil en México ha alcanzado niveles alarmantes. Datos del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) indican que uno de cada tres niños en edad escolar presenta sobrepeso u obesidad. La relación entre el consumo de comida ultraprocesada y enfermedades crónicas, como diabetes tipo 2 e hipertensión, ha llevado a tomar medidas drásticas.
Pero más allá de las cifras, la realidad es que los pasillos de las escuelas se han convertido en pequeños mercados de comida chatarra, donde los productos ultraprocesados desplazan opciones más saludables. Con esta nueva normativa, la SEP busca revertir esa tendencia y establecer hábitos más saludables en los niños desde su entorno escolar.
Antes de satanizar un paquete de papas fritas, es importante entender qué son realmente los alimentos ultraprocesados. De acuerdo con la clasificación del sistema NOVA, estos productos son aquellos que han pasado por múltiples procesos industriales, contienen aditivos, colorantes, saborizantes artificiales y grandes cantidades de azúcar, sodio o grasas saturadas.
Algunos ejemplos incluyen:
- Refrescos y jugos industrializados.
- Pan de caja, galletas y pastelillos empaquetados.
- Frituras y botanas saborizadas.
- Carnes procesadas como salchichas y nuggets.
El problema no radica únicamente en su sabor adictivo, sino en su impacto en la salud. Un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) advierte que estos productos desplazan el consumo de alimentos frescos y naturales, contribuyendo al desarrollo de enfermedades crónicas desde edades tempranas.
El placer momentáneo de un snack azucarado tiene consecuencias a largo plazo. Consumir comida chatarra de manera regular no solo incrementa el riesgo de obesidad, sino que también afecta el desarrollo cognitivo y el rendimiento escolar de los niños.
- Aumento de obesidad y enfermedades metabólicas
Un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) señala que el consumo frecuente de ultraprocesados está directamente relacionado con el incremento de diabetes tipo 2, hipertensión y problemas cardiovasculares en la población infantil. - Impacto en el aprendizaje y concentración
El exceso de azúcar y grasas en la dieta de los niños puede provocar problemas de atención, fatiga y falta de concentración, lo que repercute directamente en su desempeño académico. - Alteraciones en el sistema digestivo
Muchos de estos productos carecen de fibra y otros nutrientes esenciales, lo que puede ocasionar problemas digestivos como estreñimiento y malabsorción de nutrientes. - Adicción y cambios en el comportamiento alimenticio
Los alimentos ultraprocesados están diseñados para ser irresistibles. Su combinación de grasas, azúcares y potenciadores del sabor genera una respuesta en el cerebro similar a la de ciertas drogas, creando patrones de alimentación poco saludables desde la infancia.
Un paso necesario, pero no suficiente
Aunque la prohibición de la comida chatarra en primarias es un paso positivo, la responsabilidad no termina en la escuela. La educación alimentaria debe empezar en casa, con padres y cuidadores que fomenten hábitos saludables. Además, es necesario que esta medida vaya acompañada de políticas públicas que regulen la publicidad de estos productos dirigidos a niños y promuevan alternativas accesibles y nutritivas.
El desafío no es menor, pero si queremos una generación más sana, el cambio debe empezar ahora. Porque la alimentación no solo influye en el cuerpo, sino también en el futuro de cada niño.
Con información de Salud180 https://acortar.link/J6SnjJ
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