“La crisis climática ya está resuelta. Ya tenemos los datos y las soluciones. Lo único que hay que hacer es despertar y cambiar”. Lejos de tratarse de la advertencia de un experto, este llamamiento fue pronunciado, con urgencia, por la ecologista sueca de 16 años Greta Thunberg; un nombre que, a estas alturas, no necesita casi presentación. Convertida en estandarte de la lucha contra el cambio climático, la joven que inició una huelga escolar por el clima, representa un potente altavoz de los mensajes de Naciones Unidas (ONU). Aunque estos son, por sí solos, claros y contundentes, y el último, definitivo: tenemos solo 11 años para prevenir que los estragos del cambio climático sean irreversibles. Pasado ese plazo, si no se limita el aumento de las temperaturas en 1,5º no habrá vuelta atrás y los efectos directos, como la pérdida masiva de biodiversidad, eventos climáticos extremos o el derretimiento de los polos, no tendrán remedio.
Ante esta cuenta atrás, la conciencia social parece haber despertado. Greta y el movimiento internacional de estudiantes que se han manifestado en diversos puntos del globo para exigir medidas drásticas a sus Gobiernos son un buen síntoma de ello. Pero más allá del despertar, la joven activista nos invita a revisar nuestras acciones cotidianas. ¿Qué estamos haciendo para cambiar? ¿Es suficiente para frenar el problema? ¿Podemos hacer más? Hablamos con cinco expertos en cambio climático para que nos cuenten qué hacen en su día a día para luchar contra esta emergencia.
No viajar en avión, el transporte más contaminante
José Manuel Moreno es catedrático de Ecología de la Universidad de Castilla-La Mancha y uno de los científicos españoles que ha participado en el último informe del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Este experto ha decidido replantear su modelo de vida empezando con la reducción del uso de combustibles fósiles (los principales emisores de dióxido de carbono) desde casa. Es decir, no pone —casi nunca— ni la calefacción ni el aire acondicionado. “Minimizar su uso es algo que no conlleva esfuerzo y marca considerablemente la diferencia en el consumo”, sostiene.
Solo la calefacción supone el 46% del consumo energético de los hogares españoles.” Es la factura más grande y bajarla un par de grados es lo que marca la diferencia. No hace falta estar a 27ºC o 28ºC grados, con 21ºC es suficiente”. Al igual que no es necesario poner el aire a 18ºC en verano. Para mantener su casa fresca, Moreno cierra las ventanas y persianas a cal y canto durante el día, y las vuelve a abrir por la noche, cuando bajan las temperaturas.
Fuera de su casa, el experto también contribuye a reducir las emisiones de gases invernadero en sus desplazamientos. Moreno cuenta con uno de los primeros coches híbridos que llegaron a España, que utiliza para viajes cortos. Para trayectos más largos, renuncia a coger el avión, ya que es el medio de transporte más contaminante tanto por kilómetro como por pasajero. Además, no duda en convencer a su entorno de que es una de las maneras más ecológicas de viajar. Próximamente se reunirá con un grupo de compañeros de diversas partes del mundo y han acordado, a instancia suya, encontrarse en el punto más céntrico para reducir el número de desplazamientos en avión. “Tengo amigos que van a pasarse todo un día en el tren, cuando en avión lo hubiesen resuelto en un par de horas; es un pequeño esfuerzo que entra en la ecuación del día a día de cada uno”, concreta.
Comprar en Wallapop para no producir más
Para Álvaro Rodríguez, coordinador general de The Climate Reality Project, la iniciativa impulsada por el exvicepresidente de Estados Unidos Al Gore, el hogar es también el primer campo de actuación. Coincide con Moreno sobre la regularización de los sistemas de climatización, pero, además, ha tomado acciones un tanto más concretas. Entre ellas se encuentran la de colocar en las ventanas una protección térmica contra infrarrojos (unas láminas que evitan que entre calor en verano o que en invierno se escape), incorporar sensores en los radiadores de agua para que se apaguen al llegar a la temperatura deseada o instalar toldos que eviten un impacto directo de los rayos de sol sobre la fachada. Además, ha optado por aislar la cámara del techo con papel de periódico reciclado (con sales de boro para que sea ignífugo), algo que, según afirma, ha hecho disminuir la temperatura de la buhardilla unos 10ºC.
“He aplicado todas estas pequeñas medidas en los últimos diez años y he reducido en un 80% el consumo de energía”, asegura. Ahora, con la reciente aprobación del nuevo Real Decreto sobre el autoconsumo, que permite la compensación de excedente eléctrico (balance neto), Rodríguez instalará placas solares en su tejado y así continuar reduciendo el uso de energía. “Es uno de los últimos pasos; si yo no hubiese reducido el consumo energético en la última década y hubiese instalado infraestructuras renovables desde el inicio, habría acabado derrochando energía renovable porque tendría que haber instalado más capacidad”, matiza.
Los retos que plantea el cambio climático son tantos y de tal envergadura que cualquier aportación parece esencial. Incluso, elecciones como la de usar Wallapop. El coordinador de The Climate Reality Project relata que cuando quiere comprar algo, primero recurre a esta app: “Me va a salir más barato y además voy a evitar que se produzca un bien que no tiene sentido que exista porque ya hay otro que ya está allí”. En palabras del experto, entre las propuestas presentadas por las Comisión Europea para mitigar la crisis climática se encuentra la implementación de una economía circular que, para aquellos todavía no familiarizados con el término, consiste precisamente en eso, en crear un modelo económico en el que se le dé una segunda vida a los productos y se aprovechen al máximo los recursos naturales invertidos.
Tener un huerto para reducir las emisiones de transporte
Sin usar Wallapop, María José Sanz, doctora en Biología, directora del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3) y coautora del último estudio del IPCC, María José Sanz, también recurre a los productos de segunda generación. “En casa intercambiamos objetos o aparatos con los vecinos cuando los necesitamos; así no compras cosas que luego se pierden y refuerzas los valores de la comunidad”, alega.
Sobre la misma base —darle múltiples vidas a lo que parece un residuo— se sustenta el reciclaje. Se trata de un gesto cotidiano que cada vez realizan más ciudadanos, indica el último informe anual de Ecoembes, la organización que gestiona el reciclaje de envases en España. Sin embargo, todavía hay millones de envases que no terminan en los contenedores, sino en los mares y océanos, y a estas alturas, no cabe ninguna duda de que los plásticos son un grave problema para el medio ambiente. la clave para acabar con esas 8 millones de toneladas que se vierten anualmente en el mar ya las sabemos: hay que aprender a vivir sin ellos.
Sanz ya ha iniciado la cruzada contra este material. “En casa compostamos todos los embalajes, pero más importante aún es que evitamos todo lo que contenga plástico: compramos los alimentos a granel y tenemos nuestro propio huerto, por gusto personal, pero sobre todo para reducir las emisiones asociadas a la producción y transporte de productos”. La investigadora habla de una cantidad nada desdeñable. Solo en la producción de un kilogramo de alimento en la Unión Europea se arrojan a la atmósfera 4,5 kg de CO2, indica un informe elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO). Un balance al que hay que sumarle las emisiones generadas por el transporte y por la importación de alimentos de lugares remotos.
Mirar la etiqueta de la ropa para reducir el gasto de agua
Damià Gomis, investigador del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA) y director del Laboratorio Interdisciplinario sobre Cambio Climático (LINCC), es un férreo defensor de la compra a granel y los productos de proximidad. Además, en su casa se sigue una dieta vegetariana. ¿El motivo? Primero, la preocupación por el bienestar animal. Luego, el no ser partícipe de la huella de carbono que genera la producción de carne, que según estimaciones de la FAO suponen el 14% de las emisiones causadas por el hombre.
Los esfuerzos de Gomis por reducir van más allá. Tiene contratada una comercializadora eléctrica que solo vende energía renovable, utiliza un pozo de autoconsumo de agua, no cuenta con aire acondicionado y en las épocas de más frío enciende una pequeña estufa de leña. “Se trata de ser consumidores responsables a todas las escalas. En casa nos fijamos en cosas más allá de la energía, como dónde y cómo está fabricada la ropa, porque el sector está marcado por unos altos índices de emisiones y un excesivo consumo de agua”, añade.
Un informe publicado este año por el comité medioambiental de la Cámara de los Comunes británica apunta a que la industria textil es una de las más agresivas contra el medio ambiente y que contribuye más al cambio climático que el transporte marítimo y aéreo juntos. Y no es que consumamos precisamente poca ropa; más bien al contrario. Se estima que la producción global en 2017 fue de 62 millones de toneladas y los consumidores cada vez compran más prendas. Además, el tiempo que la usamos es cada vez menor, según recoge un informe de la Fundación Ellen MacArthur, institución destinada a la promoción de lo conocido como moda sostenible.
Aprovechar la ola de calor para concienciar sobre la emergencia climática
“El modelo de consumo actual es insostenible, por eso intento consumir y tirar lo menos posible: hace años que no me compro ropa e intento cuidar la que tengo para que me dure lo máximo posible”, narra Mercedes Pardo, directora del Programa de Sociología del Cambio Climático en la Universidad Carlos III.
Bajo esta filosofía, Pardo incluye también medidas energéticas de reducción de consumo tanto a nivel doméstico como de movilidad (en su caso, comparte coche con una amiga). Añade además otro factor, en su opinión, esencial: incentivar el debate sobre el clima y sobre lo que uno puede hacer, en las conversaciones cotidianas, incluso fuera de la esfera profesional.
“Aprovecho circunstancias puntuales, como las últimas olas de calor que ha habido en nuestro país, para explicar a mis vecinos o familiares que eso está directamente relacionado con el aumento de las temperaturas planetarias, algo de lo que todos somos responsables”. Y concluye: “Desde un punto de vista sociológico, es conveniente conectar el caso concreto con el cambio climático para poder combatirlo desde el conocimiento”.
Con información de El País.