Cuenta una leyenda maya que los dioses, después de crear los valles, las montañas y algunos animales, concibieron a unos seres humanos de madera, pero éstos, al no tener alma ni entendimiento, eran incapaces de adorar a sus creadores. Los dioses se molestaron y decidieron destruirlos, poniendo en su contra a cuanto animal u objeto encontraban a su paso; pero, a pesar de ese intento, algunos de estos seres sobrevivieron, siendo confinados a vivir en los bosques, donde se convirtieron en monos.
En tiempos prehispánicos, observar al mono era sumergirse en el pasado imperfecto del ser humano, pues su inquietante semejanza con el hombre delataba el parentesco que existía con éste: “tiene manos humanas, pies humanos”, “su cara es un poco humana”, “come como un ser humano”, “se sienta como un hombre” dijeron los informantes nahuas de Sahagún, padre de la etnohistoria americana.
Pero aun cuando los monos eran vistos como hombres-bestia por su semejanza con el ser humano, también estaban relacionados con la alegría y con manifestaciones artísticas como la danza y el canto, pues éstas involucran emociones intensas y espontáneas. Se les podía encontrar en el calendario, representados por la deidad Ozomatli, como símbolo del décimo primer día de cada mes. Quienes nacían en esos días eran considerados individuos alegres y graciosos. Asimismo, los primates eran representados en fachadas, códices, vasijas, sellos y artículos de uso común (como vasos), tanto por su valor estético como por su importante función en la naturaleza como proveedores y dadores del cacao, la semilla sagrada.
Desde entonces era reconocida la asociación animales-plantas en el caso de los primates y la mazorca del cacao; así, mientras la planta le ofrecía una pulpa dulce y sabrosa al mono, éste dispersaba su semilla, ya sea porque consumía la pulpa junto con el grano, y al defecar lo distribuía, o porque al acarrear el fruto consumía la pulpa y desechaba el grano; en ambos casos, la semilla podía establecerse y crecer en sitios más alejados, completando así su ciclo natural. Desde esta perspectiva, el mono era vinculado con la fertilidad del cacao.
Del mismo modo, en la actualidad, la dispersión de semillas es uno de los procesos de interacciones ecológicas más importantes para la conservación de los ambientes naturales, incluyendo además la regeneración de sitios perturbados donde, a pesar de que son muchos los animales que cumplen esta función, pocos son los que pueden transportar semillas grandes, como lo hacen los primates.
Este fenómeno ha sido objeto de estudio entre los científicos interesados en estos mamíferos (primatólogos), quienes han demostrado que el paso de las semillas por el tracto digestivo de estos animales promueve un mayor establecimiento de plántulas que eventualmente podrían ser árboles de gran tamaño, lo que corrobora las observaciones que hicieron nuestros antepasados respecto a los monos y el cacao.
En México habitan tres especies de primates, dos de monos saraguatos o aulladores (Alouatta palliata mexicana y A. pigra) y una de mono araña (Atteles geoffroyi), las cuales, lamentablemente, están en peligro de extinción como consecuencia de la destrucción de su hábitat, de la caza para su venta como mascotas y de su uso con fines gastronómicos o curativos (según la medicina tradicional).
Es por lo anterior que las acciones encaminadas a la conservación de estas especies no sólo corresponden a quienes se dedican a su estudio, sino que deben involucrar tanto a instancias gubernamentales como a la sociedad.
Por su valor cultural y estético y por su papel en la dinámica de los ecosistemas es importante dejar la indiferencia y participar en estos esfuerzos, pues conservar a nuestros primates es mantener nuestra identidad a través de estas añoranzas históricas del pasado, pero sobre todo, preservaremos nuestros bosques y selvas que son patrimonio natural de la humanidad.
Con información de INECOL.