Luis Buñuel era una de esas personas que no pertenecían a ningún lugar. No era de España, el lugar que lo vio nacer el 22 de febrero de 1900; no era de México, la tierra que lo recogió tras la Guerra Civil Española; ni tampoco era de Francia, lugar al que le dedicó algunas de sus películas más conocidas.
De hecho, el cineasta ateo parecía no pertenecer a esta realidad. Lo cuál hace aún más interesante su filmografía, dedicada a capturar los fragmentos más insensatos de la conducta humana y la realidad más compleja de nuestras sociedades.
Nacido en Calanda, un pequeño municipio provinciano de Aragón, Luis Buñuel Portolés fue el primer hijo de un empresario que se había beneficiado por la venta de armas en masa desatada por la guerra de Cuba. Creció rodeado de franceses y bajo educación jesuita, donde era conocido como un alumno destacado.
Según sus propias memorias, Buñuel fue al cine por primera vez a los ocho años. En sus recuerdos ubicaba escenas de películas cómicas protagonizadas por André Deed y del cortometraje Viaje a la Luna de Georges Mélies. Ese fue uno de los primeros grandes refugios de Buñuel; el otro fue el teatro, gracias al palco que tenía su familia en el Teatro Principal.
Además leía muchos de los títulos contenidos en la biblioteca de su padre, desde El origen de las especies de Darwin hasta textos de Diderot, Benito Pérez Galdós y Voltaire. Tocaba el violín y se metía en problemas con los jesuitas, quienes lo expulsaron de la escuela en 1915.
Dos años después, Buñuel se trasladó a Madrid para estudiar la universidad. Su primera opción, movido por los intereses de su padre, era estudiar Ingeniería Agrónoma. Sin embargo, las actividades del cine-club de la Residencia de Estudiantes donde se alojaba lo llevaron a conocer a personas que marcarían su vida, tales como Federico García Lorca, Salvador Dalí y Pepín Bello.
Luis Buñuel tuvo muchas aficiones, desde la etimología, la historia, el teatro, el dadaísmo y la poesía. Ese último aspecto sirvió como la entrada de Buñuel a la escritura, primeramente en el género poético y después en la narrativa dramática.
En 1924, Buñuel abandonó la capital española y se traslado a París donde afinaría su gusto por el cine, viendo incluso tres películas al día. Dos años después, debutó en la dirección teatral con la obra El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla. Retomaría esa experiencia años más tarde en la obra Hamlet, estrenada en 1927 en la Ciudad de las Luces.
Ese mismo año, Buñuel descubrió, durante una proyección, la película Las tres luces, de Fritz Lang. Lo que encontró en la cinta de Lang hizo que el español de 27 años se interesara aún más el séptimo arte. Poco después se estrenó como crítico de cine para la publicación francesa Cahiers d’Art y la española La Gaceta Literaria. Además, trabajó bajo las órdenes del director Jean Epstein y actuó en películas de Jacques Feyder y Henri Étiévant.
En 1929, un año después de que un guion que había escrito sobre la vida de Francisco de Goya fuera rechazado por falta de presupuesto, Buñuel comenzó a colaborar con Salvador Dalí en la realización de un cortometraje que abordaría el surrealismo al ritmo de Wagner, Beethoven y tangos argentinos. El resultado fue El perro andaluz (Un Chien Andalou), de 29 minutos; el resto es historia.
Buñuel fue aceptado por completo dentro del círculo de artistas europeos surrealistas, y estableció vínculos con Breton, Max Ernst y Magritte. También con Dalí, con el que trabajó nuevamente a finales de 1929 en La edad de oro (L’age d’or), un mediometraje que reunía a sus colegas surrealistas con pequeñas historias que criticaban a la iglesia, la ley y la monarquía. La película fue proyectada en 1930. Durante su proyección en un cine de París, un grupo de extremistas de derecha atacaron el lugar, lo que motivó a que el filme se mantuviera prohibido hasta principios de la década de los ochenta.
El Primer Buñuel
Después de convertirse en un cineasta prohibido en Francia, Buñuel viajó a Estados Unidos por invitación de la Metro Goldwyn Mayer (MGM), quienes lo contrataron para relacionarse con los sistemas de producción estadounidense. A su regreso a España, el cineasta filmó Las hurdes: tierra sin pan (1932), un documental de 27 minutos en el que abordaba el poco desarrollo que vivía la zona de Las Hurdes, una región montañosa de Extramadura, en la que el principal ingreso era el subsidio gubernamental que los pobladores recibían por admitir niños huérfanos.
El trabajo fue censurado por la Segunda República al considerarla denigrante contra el país. A la llegada de Franco al poder, Buñuel consiguió trabajo en el Ministerio de Asuntos Exteriores de la República, para la que escribió el documental España leal en armas y supervisó el pabellón español de la Exposición Internacional de París. Poco después trabajó por encargo con el MoMA y la Warner Brothers, allí como jefe de doblaje de versiones españolas para América Latina.
Buñuel en México
Buñuel fue invitado a trabajar en nuestro país para dirigir la película Gran Casino, protagonizada por Libertad Lamarque y Jorge Negrete. La película, que hablaba sobre dos prófugos que se veían involucrados en en la desaparición de un petrolero argentino, fue un fracaso en México y desmotivó al cineasta para seguir dirigiendo.
Tras dos años de retiro, en los que el cineasta dice haber dependido por completo del dinero que le enviaba su madre desde España, Buñuel regresó a la silla del director con la comedia El gran calavera, protagonizada por Fernando Soler. La película fue un éxito que devolvió las ganas de trabajar en el cine a Buñuel, quien acababa de recibir la ciudadanía mexicana. Con las oportunidades a sus pies, Buñuel se encontró con el productor Oscar Dacingers, quien le propuso hacer dos películas, una podría ser sobre las aventuras de un joven vendedor de billetes de lotería y otra podría ser sobre un grupo de jóvenes en pobreza extrema en México. Buñuel se inclinó por el segundo.
En 1950, el español estrenó Los olvidados, un drama social que sigue las desventuras de un adolescente pobre, después de que asesina a otro joven. La película fue rápidamente criticada por atreverse a mostrar la realidad de México, acostumbrado a solo ver retratado en la pantalla la maravilla del ficticio mundo de oropel. Los olvidados ganó el premio a Mejor Director en el Festival de Cine de Cannes y recibió 11 premios Ariel, incluyendo Mejor Película.
Después de la cinta, aplaudida por su valentía y brutalidad, Buñuel se acomodó al cine mexicano. Filmó Subida al cielo (1951), con Lilia Prado; La hija del engaño (1951), con Fernando Soler; El bruto (1952), con Pedro Armendáriz; Una mujer sin amor (1952), con Rosario Granados; Abismos de pasión (1953), con Jorge Mistral; Él (1953), con Arturo de Córdova; La ilusión viaja en tranvía (1954), con Lilia Prado; Las aventuras de Robinson Crusoe (1954), adaptación de uno de sus textos favoritos; El río y la muerte (1955), con Columba Domínguez; y Ensayo de un crimen (1955), con Ernesto Alonso.
De aquí, de allá y de casa
Después de Ensayo de un crimen, Buñuel siguió trabajando activamente en el cine mexicano con un par de coproducciones francesas, incluyendo Así es la aurora (Cela s’apelle l’aurore), de 1956; La muerte de este jardín (Le Mort en ce jardin), de 1956; y Los ambiciosos (La Fievre monte a El Pao), de 1957, esta última protagonizada por María Félix.
Su gran regreso a México se daría en 1959 con el drama Nazarín, basada en la novela homónima escrita por Benito Pérez Galdós. En la cinta, Francisco Rabal interpretaba a Nazarín, un cura que se ve obligado a abandonar su mesón después de proteger a una prostituta. Durante los días siguientes, su fe y concepto de caridad serán puestas a pruebas por una serie de conflictos humanos y sociales. La película se exhibió en Cannes y recibió el Premio Internacional de la Selección Oficial.
Su última estadía en nuestro país terminaría con tres grandes películas: Viridiana, de 1961, sobre el encuentro entre un viejo español y su sobrina (Silvia Pinal), una novicia que guarda un gran parecido con su esposa; El ángel exterminador, de 1962, sobre la locura desatada por un grupo de nobles que descubren que no pueden salir del lugar donde se habían reunido para cenar y compartir sus puntos de vista sobre la sociedad; y Simón del desierto, de 1965, una comedia experimental en la que Simón (Claudio Brook), un estilita penitente, es provocado por el diablo para caer en tentación.
De regreso en Francia
Dos años después, Buñuel regresó a Francia para filmar, junto a Catherine Deneuve, Bella de día (Belle du jour), en la que la actriz francesa interpretaba a una mujer casada que se interna en el mundo de la prostitución. La película fue altamente aclamada en su país y convirtió a Buñuel en un emblema del nuevo cine francés.
A Bella de día le siguieron La vía láctea (La Voie Lactée), de 1969; Tristana, de 1970 y El discreto encanto de la burguesía (Le charme discret de la bourgueoisie), de 1972, la que muchos consideran su última gran obra.
Durante sus últimos años de vida, Buñuel repartió su trabajo entre Francia y España, trabajando con Michael Piccoli en El fantasma de la libertad (Le fantome de la liberté), de 1974; Liv Ullmann en Leonor, de 1975; y Ese oscuro objeto del deseo (Cet Obscur Objet du Désir), de 1977.
El 29 de julio de 1983, Luis Buñuel falleció en la Ciudad de México, a causa de una insuficiencia cardíaca provocada por un cáncer. Sus últimas palabras fueron tan extrañas como su cine pero tan honestas como al mundo que retrató a través de una visión más que surreal. “Ahora sí que muero”, dijo a su esposa. Así se fue un grande del cine a buscar el lugar al que pertenecía.
Artículo publicado por Gatopardo.