Cuerpo, mente y alma, en un lenguaje, sin palabras; forma de expresión, espejo de uno mismo. A pesar de todas sus reglas y límites, la mayoría de los bailarines describe a la danza como la libertad. Por musicalidad y sentimiento, algunos la comparan con la poesía; otros creen que el movimiento es maravillosamente mudo, como leer. Todos, sin excepción (intérpretes, coreógrafos, maestros, directores y el público que completa esta comunidad dinámica) celebran este arte hoy, que es el Día Internacional de la Danza.
La fecha, elegida por la Unesco hace casi cuatro décadas, recuerda el nacimiento de Jean-Georges Noverre (29 de abril de 1727), considerado “el padre del ballet moderno” o, mejor, el abuelo del ballet como lo conocemos hoy. Hay que pensar que si la Ópera de París había sido pionera promediando el 1600, un siglo después, este maestro francés puso proa a ideas radicales en el marco de las cortes europeas, como cambiar esos extraños trajes y desechar las máscaras para hacer que el baile pareciera más “natural”. Justamente, entendía a la danza como un arte imitativo de la naturaleza, alejado de la ejecución maquinal, al que le confirió el don de la interpretación y dotó de emoción.
En buena parte, estos innovadores conceptos de Noverre se encuentran expresados en las famosas Cartas sobre la danza y los ballets, quince epístolas reunidas y publicadas por primera vez en Stuttgart en 1760. En su época, el enciclopedista Denis Diderot lo llamó “genio” y predijo que salvaría a la danza de la oscuridad. Dos siglos y medio después -críticas y acusaciones varias recayeron por igual sobre su énfasis tiránico y las ideas rupturistas- la historia demostró que el filósofo de la Ilustración no se había equivocado. Aún hoy leer a Noverre no tiene desperdicio.
Volcado a la obra de los grandes pintores para buscar referencias, Noverre creía que “un ballet es un cuadro o, más bien, una serie de imágenes conectadas una con la otra por la trama”. Confluyen en la cita las nociones de desplazamiento, plasticidad, color, fondo, técnica, narración, historia. Doscientos cincuenta años después, ¿qué es la danza? No debería sorprender -o sí- la perdurabilidad de su esencia, que se recoge todavía en las respuestas formuladas con los pies parados sobre el siglo XXI.
“La danza -dice el bailarín argentino Herman Cornejo, desde Nueva York- es música y pintura en movimiento. Se puede ver, escuchar y sentir. En ella se oyen niveles de expresión que las palabras nunca podrían alcanzar. Es una poesía: una narración abstracta”. Cornejo tiene 37 años, es figura del American Ballet y, como Noverre expresa en sus cartas, cree que “la clave de bailar no es moverse, sino sentir”. También Julio Bocca se manifiesta en esa dirección: “Un arte que une y enseña a descubrir y moldear nuestro sentidos y el cuerpo”; a él, que fue tan grande, la danza le enseñó de chico a descubrir quién era.
La pregunta es aparentemente sencilla, y recurrente: ¿qué es la danza? “Es la expresión de las emociones y los sentimientos. Es el lenguaje del cuerpo, una necesidad física, mental y espiritual. Ha existido en todas las épocas, en las diferentes culturas. Cambia, evoluciona, cuenta momentos, situaciones, vidas. Es parte del ser humano. De la vida”, teclea Ludmila Pagliero, nuestra étoile en la Ópera de París, en el asiento trasero de un taxi, volviendo a casa después de una función.
Tan buena excusa para reunir a todos los géneros y a las distintas generaciones, el Día de la Danza invita a reflexionar y pensarse. La coreógrafa y educadora Karima Mansour, de Egipto, señala, “Al principio hubo movimiento y desde los albores del tiempo la danza ha sido un fuerte medio de expresión y celebración” (…) “En esta época en la que la conectividad ha adquirido nuevos significados, la danza sigue siendo la acción más buscada para ayudarnos a restablecer esa conexión perdida. La danza nos devuelve a nuestras raíces, en el sentido cultural, pero también en el sentido sensorial, personal e individual más inmediato, hasta el núcleo y el corazón”, señala la artista egipcia y enfatiza que “la danza es sanadora” y es “donde la humanidad puede encontrarse”.
Con información de La Nación.ar