Julieta Martínez, de 30 años, empezó a trabajar a los once años. Cuando tenía quince años terminó la preparatoria y salió de su comunidad en San Luis Potosí al igual que miles de personas indígenas que emigran a la gran ciudad en busca de oportunidades.
Entró en el empleo doméstico en una mansión en la ciudad de Monterrey, en el noreste de México. Por trece años trabajó “de quedada” en la misma casa. Sus días laborales se solían extender de seis de la mañana a once de la noche y consistían de tareas como tallar el piso con un cepillito hasta preparar el almuerzo de los niños.
Sin embargo, a diferencia de muchas de sus compañeras, y a más de una década de trabajar en la misma casa, Julieta sí logró salir del trabajo del hogar.
México cuenta con aproximadamente 2,2 millones de trabajadores del hogar, uno de los sectores más grandes del empleo informal en el país, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) recabados en 2017. El 95 por ciento son mujeres, de las cuales una de cada cinco comienza a trabajar desde los diez a los quince años de edad según una encuesta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED). El promedio de escolaridad de la población ocupada en México de 15 años de edad en adelante equivale a 10 años. Para las trabajadoras del hogar, el promedio disminuye a siete según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo.
La película Roma, de Alfonso Cuarón, ha visibilizado a este sector de mujeres que suele ser invisible y estigmatizado. Cuarón caracteriza la complejidad y humanidad de la trabajadora del hogar indígena que emigra, pero no indaga en sus otras facetas. Trata el tema de clase en México pero no de lo difícil que resulta para este segmento de la población ascender en la escala social. Factores como la marginación y la pobreza —la falta de oportunidades y escolaridad— impulsan la migración de mujeres del campo a la ciudad y al empleo doméstico. Por estos mismos factores, una vez dentro del empleo doméstico, es difícil salir.
Del trabajo doméstico al estudio
En las oficinas de Zihuakali Casa de la Mujer, una ONG que busca erradicar la violencia de género en comunidades indígenas en Monterrey, Julieta relata su experiencia como empleada doméstica. Julieta es tének, una comunidad indígena en la Huasteca potosina. En 2012 se involucró en la Casa como voluntaria por su interés en apoyar a su comunidad y el hecho de que podía hacerlo los fines de semana durante sus días de descanso. Un par de años más tarde se convirtió en presidenta de la organización. La sala donde se encuentra sentada queda en tinieblas y Julieta no tarda en abrir las persianas que dan vista a la alameda. Lo hace con la familiaridad y confianza que le otorga su puesto.
El trabajo doméstico en México es informal por tradición. Empleadores contratan a base de recomendaciones que se centran en pruebas de confianza. Más del 90 por ciento de trabajadores del hogar no cuentan con un contrato, indica CONAPRED.
“Yo la veía como una diosa”, dice Julieta de su empleadora. “Conocía todo de ella; su color favorito y cómo le gustaba la comida”. La relación pronto se tornó como de madre e hija. Su empleadora mostraba interés en su vida y su bienestar pero aun así marcaba sus límites. “Yo se lo agradezco porque hizo más fácil la separación”, agrega.
En el caso de Julieta, la buena relación con su empleadora cambió de tono cuando ésta la empezó a motivar a continuar sus estudios. Una vez la encontró practicando con un teclado roto y le sugirió tomar un taller de computación y cursar la preparatoria.
“Yo le decía que sí porque así somos educadas”, explica. “En el trabajo era así, siempre sí a todo”. Su empleadora le financió el pago de la colegiatura y poco a poco se la descontaba de su sueldo. También le daba la flexibilidad de asistir a clases siempre y cuando Julieta terminara sus deberes en la casa.
“Yo no quería estudiar porque lo veía muy lejano”, admite. “Ni siquiera me lo había cuestionado. No tenía amigas que estudiaran, así que nada me despertaba el interés”, dice. Julieta ahora tiene un máster en educación y va por su doctorado.
La cultura es uno de los paradigmas más grandes con los que las mujeres indígenas tienen que romper para salir del trabajo del hogar.
“Tenemos que luchar contra las creencias en nuestras comunidades que nos dicen que solo por ser mujeres y ser indígenas solo podemos ser empleadas domésticas,” dice Julieta. El trabajo es prioridad para las jóvenes que emigran. El simple hecho de tener un sueldo fijo ya es un logro, explica. “Creer que puedes trabajar, tomar tus propias decisiones y estudiar es otra cosa,” dice antes de disculparse por un momento para atender a su pequeña sobrina que comenzaba a inquietarse: Julieta se acerca al librero de Zihuakali y le entrega un libro escrito en tének, su lengua madre.
Hacia una formalización del trabajo doméstico
La necesidad económica ligada a los bajos sueldos –que en promedio son de 278 dólares al mes según el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación, de la Ciudad de México (COPRED)–, también presentan obstáculos para que las mujeres puedan salir del empleo del hogar. Pero para una joven adolescente que está trabajando por primera vez, un sueldo bajo en la ciudad es más de lo que ganaría en su pueblo.
“Yo sentía que era mucho”, dice Julieta. “Yo veía que podía ganar dinero rápido sin hacer mucho trabajo. Ahora me doy cuenta que sí es mucho trabajo”, se ríe. “Ya me desacostumbré”. Julieta trabajaba de “quedada”, lo cual quiere decir que vivía en casa de sus empleadores. Ganaba poco y lo que ahorraba después de pagarse sus estudios lo mandaba de remesa a su familia. A veces era gracias a ella que su familia tenía comida en la mesa.
Al principio este esquema le daba seguridad. “No quería salirme porque sentía que iba a perder mi libertad y me gustaba mucho”, advierte. “Sabía que no tenía una cama, que la casa no era mía. Nada era mío, ni siquiera una cobija”. Pero con el paso del tiempo comenzó a resentir el poco sueldo que recibía por la carga de trabajo.
Hasta hace poco, la Ley Federal del Trabajo excluía al trabajo doméstico del régimen obligatorio de seguridad social. Pero en 2018, la Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró la norma inconstitucional y ordenó lanzar un programa piloto que provea protecciones a las trabajadoras del hogar.
Grupos de la sociedad civil también están poniendo de su parte, como Comunidad 4UNO, una empresa en la Ciudad de México comprometida a mejorar la vida de los trabajadores del hogar.
“La inclusión financiera es una de las herramientas más poderosas para sacar a la gente de la pobreza”, explica Miguel Duhalt, CEO y cofundador de 4Uno. Así que ellos les venden a empleadores planes económicos de seguro médico para sus trabajadores, y opciones de ahorro a los trabajadores del hogar para que puedan generar un historial de crédito. “La falta de acceso a prestaciones, seguro social, crédito, y seguro médico impide que la gente salga de la pobreza,” concluye.
Cómo superar el mayor obstáculo para garantizar un futuro
Todavía hay mucho más por hacer. México no firmó el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo que establece los derechos básicos de los trabajadores domésticos, como un trabajo digno y la protección de los derechos humanos.
Cuando Julieta superó su miedo de enfrentarse al mundo fuera de las paredes de la casona donde trabajaba, de pagar renta y buscar trabajo, decidió salirse. Para entonces ya estaba equipada con estudios y había adquirido una profesión.
Su vida cambió de ritmo y se convirtió en una persona ocupada, envuelta en sus estudios de posgrado, trabajo de campo, programas de voluntariado, charlas académicas, entrenamientos de interpretación del tének al español, su tesis. En pocas palabras, su futuro.
En Zihuakali, Juieta trata con mujeres que se dedican al empleo doméstico y al escuchar sus historias se pregunta por qué no se salió antes. “No me arrepiento de nada. No estaría aquí si no hubiera pasado por allá. No sería la mujer que soy ahora”.
Julieta decide cuándo y con quién compartir su testimonio. Pero cuando se le acercan mujeres jóvenes a preguntarle cómo fue que trascendió el empleo doméstico y ha llegado tan lejos, ella no duda en contestarles:
“El obstáculo más grande al que se pueden enfrentar es no creer en ustedes mismas”.
Con información de CNN.