El pasado 16 de abril, en la ciudad rusa de San Petersburgo, un joven vestido con un abrigo amarillo con el logotipo de Yandex.Eda, —un popular servicio de distribución de comidas local— pidió a un transeúnte comprarle cigarrillos y acto seguido cayó al suelo fulminado. Artyk Orozalíev, de 21 años, murió de un ataque cardiaco, decretó la autopsia.
Antes de perder el conocimiento, el joven había trabajado diez horas seguidas sin parar, informan medios locales citando el testimonio de los amigos del repartidor. Al día siguiente, el fallecido fue multado por la compañía por no presentarse al trabajo.
El funeral celebrado al domingo siguiente en Tort-Kul, su pueblo natal en Kirguistán, dio lugar a más revelaciones sobre las condiciones laborales de la empresa.
“Para ganar 1.000 o 1.500 rublos [15,5-23 dólares] al día, una persona tiene que trabajar de 12 a 14 horas sin interrupción”, dijo un colega de Orozalíev a un periódico. “Tienes que recorrer de 40 a 60 kilómetros por día. Probablemente, este trabajo solo pueda ser comparado con el entrenamientos de deportistas”.
Posteriormente, una serie de publicaciones en Twitter revelaron que, además de sus exigüos salarios y la dureza del empleo, los repartidores sufren faltas de respeto de parte de sus supervisores, restricciones que regulan hasta cuándo deben cambiar su uniforme de verano y de invierno, así como multas por demoras que deben afrontar pese a que a veces son provocadas por errores del algoritmo.
Yandex.Eda no es un caso aislado en Rusia, según se filtra desde dentro de su principal rival en el sector, Delivery Club. Más aún, este tipo de malas condiciones laborales no se circunscriben a un país determinado sino que se trata de un fenómeno global.
El ascenso de la economía ‘gig’
La muerte de Orozaliev es un ejemplo de una estrategia comercial activamente promovida por todo el mundo y conocida bajo diferentes nombres, como economía ‘gig’, economía bajo demanda o economía compartida.
La idea es simple. En una época en la que la mayoría de la población tiene acceso a Internet a través de sus ‘smartphones’, los prestadores de servicios pueden conectar directamente con los consumidores a través de plataformas especializadas, reduciendo así el precio al prescindir de ciertos factores obsoletos —como, por ejemplo, la antigua infraestructura empresarial—, pero también a costa de renunciar a la protección de sus derechos laborales.
Como resultado, estas plataformas o aplicaciones combinan una gestión lo más racionalizada posible a través de algoritmos con un intento de sustituir a los asalariados tradicionales por contratistas “autónomos”.
Un ejemplo de ello es la compañía Uber, un gigante que opera en el sector del taxi y del reparto de comida. La capitalización de esta empresa, fundada en 2009, se duplicó cada cuatro meses hasta el 2013, y aunque este crecimiento se frenó en lo últimos años, ha conseguido generar 11.300 millones de dólares de beneficios en el 2018.
Este rápido aumento puede ser explicado en parte por la modernización de la gestión del servicio. Sin embargo, su éxito se debía en buena medida al hecho de que la compañía no empleaba a conductores, sino que trabajaba con estos como contratistas independientes. Como tales, no tenían derechos laborales básicos como vacaciones pagadas, indemnizaciones en caso de baja por enfermedad o un salario mínimo garantizado.
Pese a que en los últimos años Uber fue prohibida parcial o totalmente en varios países del mundo, muchos de sus competidores y plataformas análogas que trabajan en otros sectores no han sufrido generalmente restricciones.
Así, en la lista de las 500 compañías más ricas del mundo se encuentran cada vez más empresas que explotan el trabajo de ‘empleados independientes’, según consta en un estudio publicado por Morgan Stanley. Uno de cada cuatro trabajadores estadounidenses participa en la economía ‘gig’, y para un 10,1 % de ellos, es su principal fuente de ganancias, calcula el proyecto científico colaborativo ‘Gig Economy Data Hub’.
A está categoría de trabajadores, bautizada como precariado, —es decir, proletariado precario—, pertenecía el fallecido Orozalíev.
Precariado, ¿es algo nuevo?
El concepto del precariado fue dibujado en los años 1980, simultáneamente con el avance del neoliberalismo y la aparición de un grupo cada vez más importante de trabajadores despojados de la seguridad laboral típica de la época del estado de bienestar.
En términos sociológicos, este grupo puede ser caracterizado como una nueva clase, asegura el economista británico Guy Standing, autor de un estudio fundamental sobre el tema.
Esta clase consiste, mayoritariamente, en migrantes, jóvenes educados que no pueden encontrar trabajo estable y personas despedidas debido a la transformación tecnológica de los procesos económicos, explica el experto. Estas masas no tienen otra opción que aceptar un trabajo no protegido y sin garantías, contribuyendo así al abaratamiento de la mano de obra en general. Así, no es sorprendente que constituyan la capa más pobre de la sociedad.
Ningún de estos rasgos distinguiría al precariado de la clase obrera que existía en épocas previas al estado del bienestar, salvo por un elemento: la capacidad de organizarse.
En el pasado, los sindicatos fueron, en última instancia, el factor clave que fortaleció las posiciones del proletariado. Sin embargo, ahora el tema de discusión es si los atomizados y aislados trabajadores de las plataformas digitales podrán crear uniones obreras capaces de proteger sus derechos.
¿Puede el trabajo precario generar una firme resistencia?
En 2016 tuvieron lugar las primeras huelgas de repartidores contratados por las ‘apps’ de entrega de comida Deliveroo y Foodora, en Reino Unido e Italia, respectivamente. Desde entonces, se han producido movilizaciones cada vez más importantes en otros lugares del mundo.
Estos hechos rebajaron el temor de que los trabajadores no podrán organizarse efectivamente debido a la falta de comunicación existente entre ellos. “Los repartidores no hicieron nada nuevo. Si hay un conflicto, hay que reunirse”, dijo entonces Valerio de Stefano, jurista de la universidad Bocconi de Milán.
Dos años más tarde, colectivos de mensajeros de Hermes y Deliveroo en Reino Unido lograron una victoria judicial tras probar que eran trabajadores asalariados y no “contratistas independientes”, por lo que sí tenían los derechos laborales que les correspondían como empleados.
“Algo ha cambiado con respecto al poder de los trabajadores en la economía del trabajo. A pesar de los enormes riesgos, los trabajadores empiezan a luchar y a ganar”, comentó en agosto pasado el activista y periodista Nithin Coca.
Tan solo dos meses más tarde, se creó en Bruselas la Federación Transnacional de Repartidores (TFC, por sus siglas en inglés), que engloba a 31 uniones que operan en doce países. De este modo, la lucha del proletariado precario alcanzó un nivel internacional.
Como resultado de la discusión generada por la presión sindical, el Parlamento Europeo aprobó 18 de abril una ley que establece el derecho de los trabajadores de la economía ‘gig’ a predeterminar su tiempo laboral y a recibir compensaciones por su trabajo fuera de horario.
Todo esto no significa que el proletariado precario de la economía digital vaya a obtener automáticamente todos los derechos laborales de los trabajadores industriales. Sin embargo, los nuevos sindicalistas demostraron que sí pueden organizarse efectivamente, dibujando una nueva etapa en la lucha obrera.
Con información de Actualidad. RT