Malinche, Marina, Malintzin: las tres versiones de una mujer mal traducida

El asombro cubrió el rostro de Moctezuma aquella mañana. No lo provocó los cuatro jinetes que abrían paso en el corazón de Tenochtitlan al regimiento de españoles y aliados indígenas de Tlaxcala y Huejotzingo.

Tampoco el pesado uniforme metálico de los soldados. Ni los perros de raza mastín y alanos, bravos, jadeantes, que custodiaban al portador de la bandera de aquel ejército. Ni siquiera que Hernán Cortés bajara del caballo e intentara abrazar al intocable soberano mexica, como era la costumbre europea.

Lo que realmente pasmó al Tlatoani ese 8 de noviembre de 1519, es que la voz del conquistador fuera la de una mujer: Marina para los españoles, Malintzin para los indígenas, Malinche para el actual imaginario colectivo.

Se dice que nadie podía osar mirar a Moctezuma a los ojos. Pero allí estaba ella, Malintzin, mirándolo fijamente para asegurarse de que transmitía correctamente el mensaje del conquistador y para interpretar las propias palabras del gobernante. Más que la traductora de Cortés, ella era su vocera.

«Interpreta, pero da información adicional: una asesora, se diría hoy», define la historiadora y escritora Carmen Saucedo Zarco, quien habla de esta mujer en tiempo presente, como si Malintzin estuviera todavía entre nosotros: «Es una diplomática. Es una mujer que sabe conducirse, una mujer que entiende que el otro, el conquistador, no cuenta con los elementos culturales suficientes para comprender estas culturas mesoamericanas.

Es la llave para que estos europeos puedan abrirse paso a través de formas de protocolo, de usos y costumbres que solo siendo nativo se pueden transmitir a alguien ajeno a toda esta cultura».

Cuenta Bernal Díaz del Castillo en la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España que Malintzin era una indígena de habla náhuatl, que probablemente nació en Olutla, una región de Coatzacoalcos.

Que fue hija de un cacique, pero a su muerte su madre la vendió como esclava —igual que al bíblico José, recuerda Carmen Saucedo— a indígenas mayas de Tabasco, lo que la llevó a aprender ese idioma.

Cuando los conquistadores derrotaron a los mayas en la Batalla de Centla, Cortés recibió 20 esclavas para apaciguar su furia y para que cocinaran durante su expedición. Entre ellas iba Malintzin, que fue entregada como concubina a Alonso Hernández de Portocarrero, uno de los capitanes de la expedición.

Marina, la política

En la Historia de la Conquista de México, el cronista Antonio de Solís narra que estando Cortés y sus hombres en San Juan de Ulúa vieron salir de la costa dos canoas grandes con algunos indios que venían en paz. Cuando comenzaron a hablar, Jerónimo de Aguilar, el traductor de Cortés que comprendía el maya luego de ser prisionero de los mayas durante 8 años, no les entendió. Aquella lengua era náhuatl. Cortés se enojó tanto, que sintió como un estorbo a aquel hombre que había rescatado del naufragio en Yucatán.

Marina, como había sido ya bautizada, estaba en la escena y vio la oportunidad de cambiar una vida miserable como cocinera y propiedad común de los soldados. Ella hablaba náhuatl, maya chontal y popoloca. Dio un paso al frente y tradujo el mensaje de aquellos hombres al maya para que Jerónimo de Aguilar lo comunicara a Cortés: pedían audiencia al capitán de parte del gobernador de aquella provincia. Ese mismo día Cortés la sumó a su proyecto y le prometió, dice Antonio de Solís, “más que libertad”.

«A diferencia de todos los traductores que la precedieron, Marina fue capaz de dar al conquistador información estratégica sobre el funcionamiento de la Triple Alianza, sobre los odios que habían acumulado los mexicas y sobre algunas otra minucias de la política y la diplomacia local: los enemigos de Cortés eran los enemigos de Marina», cuenta la doctora Berenice Alcántara, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, durante una conferencia ofrecida en abril de 2019.

«Ella fue la que medió y consiguió la gran mayoría de las alianzas entre los españoles y muchos pueblos indígenas. Estaba siempre presente en las entrevista de Cortés con señores y emisarios indígenas. Daba a entender a los señores indígenas las amenazas y las promesas de Cortés y sabía en qué tono debía hablarle a los españoles y en cuál debía dirigirse a los señores nativos. Ella calmaba los ánimos, hacía ofertas de paz. Fue una negociadora política muy hábil».

Para Carmen Saucedo Zarco resulta un hecho extraordinario, desde el punto de vista histórico, que estos dos personajes no sólo coincidieran sino que el conquistador no haya decidido desechar a una mujer.

«Hacen una combinación excepcional en el más puro sentido político», comenta la autora del libro Ellas que dan de qué hablar, las mujeres en la Independencia. «La intuición de ella, su habilidad es tan extraordinaria, su inteligencia es tan desarrollada, que es capaz no solo de traducir, sino de adivinar intenciones, de hacer averiguaciones, recabar información que le sea útil al conquistador para lograr sus objetivos. En ese sentido es de una enorme relevancia. Y la rapidez de la Conquista en gran medida estriba en la ayuda de ella. Es clave».

Malinche, la villana

Narra la historiadora neoyorkina Camila Townsend, en su libro Malintzin, una mujer indígena en la Conquista de México, que el nombre de Marina o Malinche desapareció por más de 200 años luego que murieran todos los que la habían conocido en vida. Fue tras la Independencia que, ya en un contexto nacionalista, cualquier amigo de los españoles fue entendido como un enemigo patrio. Así es como, en 1826, la figura de Malinche resurge del olvido de una manera negativa. Sobre todo luego de la publicación de Xicoténcatl, una novela anónima que retrata a Marina como una «traidora lasciva e intrigante».

«Malinche es este agente que entrega a su pueblo, supuestamente. Al que no le debía nada porque además había sido vendida como esclava», comenta Carmen Saucedo Zarco. «Fue un objeto de intercambio, pero es juzgada bajo la luz de que tenía que solidarizarse con su pueblo. Entonces se convierte en la traidora, en la amante, en una mujer que se entrega carnalmente al conquistador y acepta tener descendencia».

Sin embargo, en las investigaciones realizadas en los últimos años la figura de Malintzin ha sido tratada de acuerdo a las circunstancias de su tiempo. Ella tuvo un origen y una historia personal que la colocó del lado del conquistador porque, entre otras cosas, necesitaba sobrevivir.

«Se trata de dejar atrás estas visiones, este nacionalismo que no ayuda a explicar aquellas realidades», señala Carmen Saucedo. «La seguimos tachando de traidora ¿Traidora a quién? No había nación mexicana, no tenía porqué haberse unido a Cuauhtémoc. Ella no le debe fidelidad a nadie mas que a sí misma. De todas las mujeres de su tiempo, Malinche es una estrella en un firmamento de hombres».

Malintzin, la mujer viva

Pese a que Cortés prácticamente no la menciona en las cartas que escribió al rey español Carlos V; pese a la amargura que vomitó hacia ella Jerónimo de Aguilar cuando el capitán prescinde de sus servicios cuando Malintzin aprende español; pese a su valoración como traidora según la ideología nacionalista; pese a que no existen fuentes para escribir una biografía tradicional sobre ella, no se explica este periodo de la historia de México sin su presencia.

«Ella es indispensable para el imaginario, para la representación de la Conquista» explica Carmen Saucedo. «Pero le faltó escribir. O que alguien le hubiera tomado testimonio de su papel en esta empresa».

Cortés cumplió su palabra y dio a Marina “más que libertad” por sus servicios. Obtuvo las joyas y huipiles finos que no interesaban a los españoles; tuvo un matrimonio legítimo con Juan Jaramillo, lo que la convirtió en una mujer libre y con derechos. Dio a luz a dos hijos: Martín Cortés —por quien es considerada en el discurso postrevolucionario como la madre del mestizaje— y María Jaramillo. Además pidió —y se dice que recibió— en encomienda el territorio de Olutla, Veracruz —un privilegio que solo otras tres personas indígenas tuvieron—, donde hoy se encuentra el único monumento dedicado a ella.

«Yo creo que tuvo un buen destino, porque tuvo una posición privilegiada», explica Carmen Saucedo Zarco. «No percibo en su actividad conflicto. Ella colabora gustosamente con el conquistador, no se retrae, no se achica, no adquiere una sumisión absoluta porque es una mujer que tiene iniciativa. Fue una mujer en unas circunstancias determinadas, que aprovecha su inteligencia y la oportunidad. Es una mujer tan hábil, tan inteligente que de estar amarrada al metate puede estar al lado del conquistador siendo servida, honrada y respetada porque está al lado de los vencedores».

Artículo publicado por La Octava.

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