Mira abajo, despejada luna
Mira abajo despejada luna y lava esta escena,
Deja caer suave las mareas del nimbo de la noche sobre rostros cadavéricos, hinchados, púrpuras,
Sobre los muertos de espalda y sus brazos estirados,
Deja caer tu nimbo de invisible tinta sagrada luna. (1865)
Reconciliación
Palabra sobre todo, hermosa como el cielo,
Hermoso que la guerra y su carnicería con el tiempo se pierdan por completo,
Que las manos de las hermanas Muerte y Noche sin cesar lavan una y otra vez con gentileza este mundo contaminado;
Ha muerto mi enemigo, un hombre divino como yo está muerto,
Miro a donde yace pálido y quieto en el ataúd —me acerco,
Me agacho y ligeramente con mis labios toco el rostro blanco
en el ataúd. (1865-66)
Si leemos los poemas cortos reunidos de Whitman —en especial aquellas líricas breves en, digamos, Drum Taps o Sands at Seventy— nos daremos cuenta de que a menudo Whitman seguirá a un poema en el que no está presente con un poema del mismo tema en el que sí está presente. Se le podrá llamar compulsión, es un patrón maravilloso a medida que reescribe cada impulso con él mismo al centro.
El segundo poema que les he dado, “Reconciliación”, es un poema famoso, pero prefiero el primero, no tan famoso y claramente una paráfrasis lunar del segundo. Pero claro, se escribió antes, y eso vuelve al segundo una paráfrasis humana del primero. Los rostros en el primer poema son púrpura, cadavéricos, hinchados; la escena es claramente un campo de batalla, ninguno de los cadáveres ha sido recogido y puesto en un ataúd como sucederá en “Reconciliación”. Y solo entonces, ya que la luna los ha limpiado, se le ocurre a Whitman besar.
De hecho creo que la luna está presente en todos lados en el segundo poema, aunque nunca se menciona. Está ahí al inicio, “Palabra sobre todo,” que, por supuesto, se refiere al título, “Reconciliación,” pero también toma en cuenta que “En el principio era la Palabra”, que claramente, en las instancias entre estos dos poemas, se puede traducir a “Primero fue la luna.” Y está presente en el rostro quieto y pálido del cadáver, a quien Whitman besa, y al hacerlo se vuelve él mismo la luna.
Me gusta pensar en el segundo como una revisión del primero, visto a la luz de la luna, lo que ha hecho el beso y el poema posibles. La luna haciendo posible un poema… ¿qué podemos decir sobre eso? ¿Qué podemos decir sobre la poesía y la luna?
Estoy convencida de que el primer poema lírico se escribió de noche y que la luna fue testigo del evento y que el evento fue testigo de la luna. Para mi la luna siempre ha sido la encarnación misma de la poesía lírica.
En Occidente la poesía lírica comienza con una mujer en una isla en el sexto o séptimo siglo A.C. y yo digo ahora: la poesía lírica comienza con una mujer en una isla en una noche a la luz de la luna, a punto de ser luna llena, o justo después, o la noche de. La poesía épica ya estaba bien establecida. Grandes hombres ya habían cantado sobre batallas y héroes, cuyas acciones afectaron a miles, y sobre escudos deslumbrantes y el mar color de vino y la aurora de dedos rosados. Pero sería erróneo pensar que el clamor había disminuido.
Los historiadores nos dicen que no eran tiempos idílicos; en las Islas Eolias, en especial en Lesbos, la civilización era vieja pero cambiando rápidamente, atravesada por crisis económicas y enfrentamientos entre políticas emergentes y principios tradicionales.
En medio de todo esto, entonces, una mujer en una isla en una noche a la luz de la luna toma algún artefacto para escribir, o no lo hace, toma un instrumento musical, o no lo hace, comienza simplemente a hablar o a cantar, y sus palabras expresan sus emociones en ese momento. Llamémosla Safo. Difícilmente se puede decir que estas pequeñas canciones hayan sobrevivido—tenemos solo fragmentos—pero esto parece apropiado, pues ¿qué es el momento si no un fragmento de un tiempo mayor?
Esta noche he mirado
La luna y después
las Pléyades
descender
La noche ahora
se va; la juventud
se va; estoy
con mi soledad en la cama
Hay una melancolía que permea el poema y no mucho esfuerzo por cambiar el orden de las cosas. La luna se pone, la noche pasa, la vida se va, y el individuo se vuelve el repositorio lógico de todo este movimiento, en tanto que está consciente de ello, consciente y punto, y aún así, con su soledad en la cama logra otorgarle quietud; el movimiento vertiginoso del sistema entero se fija y preserva como una mariposa en una tabla, de tal forma que difícilmente parece que transcurre el tiempo, a pesar de que precisamente ese es el tema del poema.
Se ha hecho la observación varias veces de que existen más poemas tristes que felices en este mundo, y, aun si jamás los he ingresado todos a una computadora para leer el análisis, diría que la luna ocurre con más frecuencia que el sol como imagen en la poesía lírica. Me pregunto, ¿por qué? Podría comenzar con una docena de razones: insomnio; la asociación que la luna tiene con la muerte, uno de los temas más recurrentes en la poesía (y aun así, también se asocia a la luna con la fertilidad); o el hecho de que la mayoría de los poemas en la historia del mundo han sido escritos, supuestamente, por hombres heterosexuales que desean mujeres, y la luna se representa en muchos idiomas como femenina, aunque no en todos— el alemán es una de las excepciones notables.
Una cosa lleva a otra, una cosa cancela a la otra, todas se relacionan y ninguna me interesa. Después de todo, se ha comprobado, usando equipo ultrasensible, que incluso una taza de té es susceptible a las mareas lunares. Déjenme ofrecer una observación simple. Hay un contraste mayor entre el cielo de noche y la luna que entre el cielo de día y el sol. Este contraste es más conductivo al abatimiento, que siempre se separa y aísla, que a la felicidad, que siempre se une o se combina. Y darle la cara al sol es absurdo —nos cegaría. A todos los niños se les enseña que no hay que mirar al sol.
El sol es fuente vital, el gran poder creativo. Uno no se puede enfrentar a Dios sin aniquilación inmediata; no podemos ver directamente a Medusa, pero podemos ver su inútil reflejo.
La luna no tiene luz propia; nuestra aprehensión por ella es solo un reflejo del sol. Y algunos creen que los artistas reflejan el poder creativo de algún impulso original demasiado grande para nombrar. Otra cosa: la luna es la imagen misma del silencio —y, como dice Charles Simic, “Los niveles más elevados de consciencia carecen de palabras.” La gran lunaticidad de la mayoría de los poemas líricos es que intentan usar palabras para transmitir aquello que no puede ser puesto en palabras. Por otro lado, las estrellas fueron el primer texto, la primer instancia de locución; el conectar las estrellas, el encontrar un patrón en ellas, fue la primera historia, sagrada para los cuentistas.
Pero la luna fue el primer poema, en un sentido lírico, una entidad completa en sí misma, reconocible con una sola mirada, con un efecto emocional tal que el contexto del tiempo y lugar difícilmente parecen importar. “Su poder yace precisamente en su permanecer siempre al borde de la lectura,” dice Simic, hablando de la fotografía, y yo veo la luna como el incunable de la fotografía, como la primera fotografía, el primero momento que se detuvo, el primer estudio de contrastes. Yo aquí—tú allá. Es un mapa interesante —pero incorrecto. Como señala Paul Auster en su novela Moon Palace, en realidad debería ser —“Tú allá—yo aquí.” Los mapas, el arte de la cartografía, no existían, no pudieron haber existido sino hasta después de que la astronomía floreciera: “Una persona no puede saber dónde está en el mundo excepto en relación a la luna o a una estrella… Un aquí existe solamente en relación a un allá, no al revés.” Ese allá va primero. La luna es claramente el Otro— con O mayúscula, O de luna llena— en relación al cual existimos. Cada mirada a la luna, en cualquier fase, fija el punto de nuestra existencia en la tierra.
El cielo es el único fenómeno que puede observarse desde cualquier punto del planeta. Toda cultura, sin excepción, tiene una experiencia de la luna. Si Ezra Pound afirmaba que todas las épocas son contemporáneas, Simic dice que lo son porque los momentos presentes ciertamente lo son. Cuando vivía en China, la gente ahí se impresionaba porque la luna era tan importante para mi como para ellos.
Aparentemente, creían que en Occidente no apreciamos a la luna y sus cualidades lo suficiente. Ciertamente, tienen un día festivo entero —el festival de otoño— en honor a la luna. En la noche de luna llena en septiembre, las familias se reúnen después del anochecer y hacen un picnic nocturno, iluminado por lámparas con forma de luna, y comen alimentos redondos, incluyendo los pastelitos redondos que hornean para la ocasión, conocidos como mooncakes (pasteles lunares). Los espectadores aguardan, aún en noches nubladas, a que la luna sea visible, aunque sea brevemente. En China miran a la luna y piensan en algún familiar o ser querido que no está ahí, y saben que esa misma velada la persona ausente se refleja sobre ellos. Me senté con un grupo de chicas solteras que se la pasaban imaginando a sus futuros esposos mirando a la luna e imaginándose a ellas. La imagen lunar se volvía una forma de comunicación, como las imágenes en la poesía: “El ojo posee un saber que no puede compartir con la mente,” dice Hayden Carruth.
Neruda, en su poema “Establecimientos nocturnos” se refiere a sí mismo como un “sobreviviente adorador de los cielos” — que es lo que muchos poetas son, cre, aunque hay quienes dicen que dos cosas ponen esta afirmación en cuestión: teoría posmoderna y tecnología (que son inseparables) y las misiones de alunizaje del Apollo. Hay un libro popular e interesante sobre el espacio —Being Digitally, de Nicholas Negroponte. Sin detenerme mucho en este punto —ya que mi corazón está con las misiones lunares— me gustaría comentar algunas observaciones hechas por el señor Negroponte.
“El planeta digital se verá y sentirá como la cabeza de un alfiler.” Comentario: con mil ángeles bailando sobre él. Observación: “El lento manejo humano de la información en forma de libros, revistas, periódicos y cassettes está a punto de volverse una instantánea y económica transferencia de datos electrónicos que se mueven a la velocidad de la luz”. Observación, hecha por Keats, al leer por primera vez la traducción de Homero por Chapman: “Me sentí entonces como un observador de los cielos/ en el momento en que un nuevo planeta se acerca nadando a su familia.”
Me imagino que eso podría ocurrir casi a la velocidad de la luz, junto con todas las carretillas rojas y gallinas blancas en la lluvia. Está bien, tres segundos —como se ha definido la duración aproximada del momento presente— no precisamente la velocidad de la luz, pero alrededor del tiempo que toma mirar a la luna. De verdad, la gente debe creer que los literatos son todos adictos a lo dolorosamente pesado y lento.
Como la nave que se usó para los lanzamientos lunares, los buenos libros solo parecen pesados y lentos: su velocidad depende de sus motores internos y de hacia dónde apunta. La luna me parece un enlace apropiado entre la NASA y la poesía. Como lo articuló Cortázar: “El hombre está llegando a la luna, pero hace más de veinte siglos que un poeta supo de los ensalmos capaces de hacer bajar la luna hasta la tierra. ¿Cuál es, en el fondo, la diferencia?” El otoño pasado, un pequeño artículo llamado “Poesía y la luna, 1969”, escrito por Edward Lense, apareció en AWP Chronicle. No comparto las preocupaciones de Lense, pero para resumir el artículo, Lense utiliza el alunizaje del 20 de julio, 1969, como un ejercicio semiótico, demostrando cómo las imágenes de la luna en la poesía cambiaron con el advenimiento de la tecnología.
De tal forma que pasamos de la luna del mito —la Diosa blanca de Robert Graves, la musa, la rica y plateada esencia de Artemisa o Diana— a cosas post-alunizaje más abstractas como la imagen de la luna de Robert Lowell, un “chasis orbitando la tierra, / mueca de calor, espasmo de acero inoxidable, / azotacalles con corazón de gis, innombrable, / cosa fría y vacía en el universo.” La luna a mitad de siglo queda escondida tras una capa de smog, aprisionada, en su mausoleo, reducida a ceniza, como si los poetas declararan, dice Lense, que “el lenguaje metafórico ya no podrá ser usado en relación a la luna porque, una vez que los astronautas desvelaran su misterio aterrizando sobre ella, está se había vuelto demasiado prosaica.”
Esto me parece contradictorio, ya que la ceniza, el smog, la prisión y la tumba, usadas en relación a la luna, son metáforas, y aunque las metáforas cambian, el decir que se han abandonado es un error. Pero yo sé —ustedes saben— a lo que Lense se refiere. Básicamente, es como decir que una mujer no es interesante a menos que sea una virgen. Lowell es demasiado bueno como poeta para creer tal cosa, así que sus versos resuenan con cierto interés, pero Lense cita y discute seriamente varios poemas lunares particularmente horribles publicados el día después del alunizaje en el New York Times —en especial poemas de Babette Deutsch y Anthony Burgess (el poema de Lowell no aparece en el Times), poemas que son tan malos que me parece injusto para los poetas, cuyo desempeño en estos poemas ocasionales no es el mejor, y para los lectores, para quienes los poemas son indicadores de cómo respondieron los poetas al alunizaje y sus efectos en la imaginación.
Lense podría argumentar que un dossier de poesía en el New York Times es un indicador de algo, y tendría razón. De hecho, todo el periódico de ese día es bastante maravilloso. En primera página hay un poema de Archibald MacLeish, un poema bastante mediocre que Lense discute y deshecha— es una relación vaga y positiva del alunizaje, e incluye el verso, formal y con cara seria, “¡O, un significado!”. Aunque MacLeish nunca explique cuál es ese significado, creo que el contraste entre cómo un verso así se pudo leer en 1969 y cómo se lee hoy en día es un mejor indicador de los cambios que han tenido lugar en la poesía. ¿Y no fue MacLeish quien dijo “Un poema no debería significar, sino ser”? Y, en un notable paréntesis que nada tiene que ver con el alunizaje, se imprimió en la página de Cartas al Editor —sin comentario— un poema de James Kirkup llamado “Emily in Winter: Amherst”. Hay cobertura extensa de la guerra de Vietnam y el desacuerdo por parte de los estudiantes; y luego está la página en la que Lense se enfoca, un dossier de dos cuartillas con poemas de Babette Deutsch, Anthony Burgess, Anne Sexton, y el ruso Andrei Voznesensky. Estos son los poetas, dice, que llevan la acusación de lunacidio contra la NASA. ¡Lunacidio! Es una palabra fantástica y agradezco a Lense por ella. Pero la acusación es suicida. El verano pasado se cumplieron veinticinco años del alunizaje, y no creo que la luna haya perdido parte alguna de su presencia. Lense cierra su artículo con un párrafo que comienza: “En este momento, entonces, los dioses en los cielos han perdido sus nombres, y hacen falta nuevos nombres y más adecuados, que los poetas, o cualquiera, se encargarán de inventar.”
Desearía tener un dólar por cada vez que he escuchado eso. Me viene a la memoria lo que Kenzaburo Oe, novelista japonés, dijo recientemente en un simposio sobre Premios Nobel en Atlanta: “Es el segundo deber de la literatura el crear mitos. Pero su primer deber es destruir estos mitos.” Y, pensando en el uso de Lense de la frase “En este momento” (“En este momento, entonces, los dioses en los cielos han perdido…”), recuerdo lo que el gran poeta italiano del siglo XX, Eugenio Montale, dice en su poema “A Pio Rajna”: “Quien excava en el pasado puede comprender / que el pasado y el futuro se distan / el uno del otro por apenas una millonésima de segundo.” Creo que es mucho más interesante —se dicen cosas más interesantes— pasar página a los poemas de ese periódico e ir a las páginas en las que varias personas prominentes de esa época responden al alunizaje, en el mismo ejemplar, pero en prosa. Pablo Picasso: “No significa nada para mi.
No tengo opinión, ni me importa.” Con su cabeza de luna, vivo en su propio momento, Picasso eligió aislarse, alejarse de los eventos actuales de su tiempo. ¿Qué hay de los propios astronautas? ¿Mientras estaban en la luna, no es probable que hubiera al menos un momento en el que se vieran interrumpidos y sin comunicación con los eventos relevantes de su época, su trabajo, el resto de nosotros en la Tierra —¡seguramente!— y que cumplieran alguna experiencia privada de miedo o reposo? Un notable habló de ello como si él mismo hubiera sido un astronauta —Vladimir Nabokov: “Batiendo la tierra de la luna, palpitando sus guijarros, saboreando el pánico y esplendor del evento, sintiendo en la boca del estómago la separación de terra… estas son las sensaciones más románticas que haya experimentado un explorador… esto es todo lo que puedo decir al respecto… Los resultados utilitarios no me interesan.” Lo inútil de la poesía arremete de cabeza, con su naturaleza anti-utilitaria. Pero el habitar el momento no es un dominio exclusivo de la poesía. Después de todo, Neil Armstrong se volvió un lunático, literalmente, tocado por la luna.
Entre 1969 y 1972, seis misiones volaron a la luna y seis misiones regresaron. No todo el que lee poesía queda cambiado por la experiencia, ni todos los hombres que fueron a la luna fueron alterados por su vacación. Pero quienes sí fueron alterados, sin excepción, dicen la misma cosa —no fue tanto estar en la luna lo que los afectó de forma profunda, sino el mirar hacia la Tierra desde la luna. La Tierra se volvió el Otro. Tú ahí — yo aquí.
Alan Shepard, Apollo 14: “Recuerdo que me impactó lo pacífico que se veía todo a esa distancia, pero recordaba por otro lado todas las confrontaciones a lo largo y ancho del planeta, y me sentí triste por que otras personas no podían ver lo que yo veía, porque a esa distancia todas las diferencias políticas y militares se vuelven tan insignificantes.”
Edgar Mitchell, Apollo 14: “Para mi, fue el principio de pensar unitariamente. Pensar que las moléculas de mi cuerpo se manufacturaron en los mismos hornos que aquellas estrellas en aquellas galaxias hace miles de millones de años.” Mitchell dejó a la NASA un año después de su regreso y fundó el Institute of Noetic Sciences al norte de California, una institución entregada al estudio de la consciencia y a la pregunta de cómo encajamos en el universo. En 1994 la institución tenía 40,000 miembros. “Fuimos allá arriba como técnicos espaciales y regresamos como humanitarios. El mirar a la Tierra desde allá es consciencia global instantánea.”
James Irwin, Apollo 15: “Sentí el poder de Dios como nunca lo había sentido.” Irwin, al parecer, tuvo una epifanía mientras estaba en la luna —un año después de su misión, renunció a la Fuerza Aérea para fundar la evangélica High Flight Foundation. Guió varias expediciones al Monte Ararat en Turquía en búsqueda de evidencia del Arca de Noé. Murió de un paro cardiaco en 1991, no sin antes escribir sobre la luna: “Vivimos en otro mundo que era completamente ‘nuestro’ por tres días. Debió ser muy parecido a lo que sintieron Adán y Eva cuando la Tierra era ‘suya’. Cómo describirlo, cómo describirlo.”
Alan Bean, Apollo 12: “Todo artista tiene al mundo o su imaginación como inspiración para sus obras. Tengo al mundo y mi imaginación, y soy el primero en tener también a la luna.” Bean es pintor de tiempo completo. Todo lo que pinta son imágenes de la luna. “Ciertamente, subirse a un cohete para ir a la luna es de las cosas más emocionantes que se pueden hacer, pero cuando pinto vuelvo a sentir lo mismo que sentí cuando estaba en el espacio. La vista quizás no sea la mejor, pero las mejores partes de la vida son internas.”
Neil Armstrong, Apollo 11: No hay comentarios por parte de Armstrong. Vive de forma aislada en Ohio y no atiende conferencias, reuniones, celebraciones, desfiles, aniversarios ni eventos de prensa. No responde a correos de desconocidos, teléfonos, no abre la puerta. Sin embargo, hace muchos años se le preguntó que cómo se sentía sabiendo que sus huellas bien podrían permanecer sin alteraciones en la superficie lunar por siglos. “Espero que alguien suba un día,” dijo, “y que las limpie.”
Una cosa es clara sobre estas experiencias: aquellos hombres comenzaron con una misión —las misiones de alunizaje de Apollo, que afectarían, tecnológicamente, cientos de miles de vidas a través del desarrollo de computadoras, transistores, circuitos integrados y plásticos ligeros— y regresaron con una visión. De misión a visión. Yeats sabría de qué se trata todo esto. De acuerdo con su diagrama-lunar definitivo, pudo incluso haberlo predicho. Cuando estaba en la universidad leí a Yeats, y, por supuesto, A Vision, aquel extraño y sobrenatural documento que fue dado —espiritualmente dictado— a Georgie, esposa de Yeats, comenzando en 1917 y concluyendo en 1920, en sesiones de escritura automática durante las cuales ella se transformaba en médium para el escritor desconocido e invisible— de hecho un grupo de ellos— quienes después, con tal de no fatigarla, comenzaron a visitarla mientras dormía y hablaban a través de ella mientras se encontraba soñando.
Cuando consulto el libro ahora y leo algunos de los fragmentos que mi yo de diecinueve años subrayó, a veces suelto una que otra carcajada. No confío en sistemas tan elaborados y completos, no confío en métodos a través de los cuales se catalogan a los hombres y a la humanidad, que es justo lo que A Vision es, un sistema que usa las fases de la luna como su metáfora (“Hemos venido a darte metáforas para la poesía” le dijo la voz a Yeats), un sistema que construye la historia de la consciencia, tanto individual como colectiva, en el pasado, presente y futuro. Un sistema que, digamos, podría adivinar la llegada o la muerte de un Cristo o un Nietzsche. De acuerdo con este sistema, el universo es un gran huevo que se invierte de adentro hacia afuera y después comienza a reconstruir su caparazón. Ya ven, hay mucho en A Vision que es fascinante. Claramente no tengo el tiempo aquí hoy de entregarme a discutir A Vision. Solo quiero hablar brevemente sobre dos fases lunares de acuerdo al diagrama.
Consideremos la primera fase, la luna nueva, “ninguna descripción más allá de la plasticidad absoluta”; la plasticidad absoluta es objetividad absoluta, pensamiento puro, y el carácter de la primera fase es moral. En la decimoquinta fase, la luna llena, “ninguna descripción más allá de la belleza absoluta”; la belleza absoluta es subjetividad compleja, imágen pura; el carácter de la decimoquinta fase es físico. en otras palabras, el pensamiento desaparece para volverse imagen y la imagen desaparece para volverse pensamiento. Yeats creía que cada alma o persona eventualmente reencarnaría en la primera y decimoquinta fase, que son ambas de espíritu puro sin un equivalente corpóreo. Keats, durante su vida como Keats, nació en la decimocuarta fase, tan cerca como se puede estar de la imagen pura sin dejar de existir, una fase bastante ideal para un poeta lírico; Yeats lo llamaba un sujeto casi perfecto donde la curiosidad intelectual, aún presente, se encuentra en su punto más débil, lo que genera el efecto de cúspide de pensamiento y sentimiento en su obra.
Como lo describe Yeats, “El ser ha llegado casi al final de la elaboración de sí mismo que tiene como clímax el ser absorbido por el tiempo.” Una mujer, sola, de noche, mirando a la luna, y dado que su carácter es físico, una mujer desnuda. ¿Pero no dije antes que el abatimiento, la sensualidad aislada que permea tanta de la poesía lírica, busca separarse de su entorno? ¿Cómo puede entonces ser absorbido por el tiempo? Parece que en el momento en que sucede la elaboración final de uno mismo —cuando uno finalmente se afirma —¡estoy viva y lo sé!— el momento se expande para llenar su estatura como eternidad. Llámenle algarabía, pero es por esto que la poesía es famosa. De hecho, cuando Yeats dice “El ser ha llegado casi al final de la elaboración de sí mismo que tiene como clímax el ser absorbido por el tiempo,” está describiendo el nacimiento del poema lírico, ese pedazo pequeño de masturbación, que, si se observa el diagrama, debió haber sido precedido por la plasticidad, el carácter meditabundo y moral de los grandes poemas épicos.
Pero cuando miro estos diagramas pienso más en Wallace Stevens que en Yeats. En Stevens, el sol ocurre como imagen mucho más que la luna. Sus metáforas son diferentes, pero sus “polos” son como la luna nueva y llena, y Stevens se la pasa vistiéndose y desnudándose. Vestidme pues estoy desnudo, dice Yeats en la mayoría de sus poemas; Desnudadme pues estoy vestido, dice Stevens en los suyos. Ciertamente, la luna encarna los tres principios de la poesía que Stevens propone en su poema “Notas hacia una ficción suprema”: 1. debe ser abstracta, como solo la plasticidad pura de un regreso a lo posible puede ser abstracta, la luna nueva como un “comienzo inmaculado,” la “fuente original de la primera idea”; 2. debe cambiar, el principio a través del cual Nanzia Nunzio, en su viaje alrededor del mundo, pierde su virginidad; 3. debe ser placentera, así la poesía llega en ciclo como la luna a su “irracional// Distorción… más que racional distorción, / la ficción que nace de esa sensación,” y se completa en un final bueno, aunque ese final sea parte de su ficción.
Hay sociedades en la tierra cuyos habitantes no creen que el hombre haya pisado la luna. Se podría decir que ellos creen una ficción, pero esa ficción constituye su forma de saber las cosas. Hoy me sorprende bastantes que, aunque sea un ser consciente viviendo en la civilización, no puedo recordar mucho sobre la primera caminata en la luna, aunque sé exactamente dónde estaba cuando ocurrió.
Pero no lo veía en la televisión ni recuerdo la fase lunar—cosas así. Estaba a bordo de un taxi belga alrededor de las diez de la noche un domingo de 1969 (si un poeta trabajara en la NASA, quizás se habría programado para un lunes), estaba encaminada a un café —un bar en realidad— donde me reuní con mis amigos a beber cada noche de ese verano. El conductor solo hablaba flamenco y yo, solo inglés. Él escuchaba la radio hasta que de repente comenzó a gritar y hablar rápidamente. Me tomo un momento registrar lo que ocurría y recordar que justo en ese momento se suponía que los estadounidenses estarían llegando a la luna. Orilló su taxi y salió del vehículo. Yo salí también y ahí estaba la luna en el cielo—apuntó a ella y yo asentí con la cabeza y nos quedamos ahí unos momentos, en silencio, contemplando la luna. Luego regresamos al taxi y me llevó al lugar en el que más quería estar, aunque durante mi estadía jamás admití a mis amigos que pasé el resto de la noche sola, en mi cuarto, escribiendo poesía. Incluso recuerdo una imagen que me enterneció bastante en uno de esos poemas —¡había una mujer deambulando en un campo con una varita de fresa! Cuando pagué al conductor, volvió a apuntar a la luna y dijo una palabra que no entendí. Pero uno de mis amigos en el bar hablaba flamenco y más tarde le pregunté qué significaba. Dijo que significaba loco. Pero nadie menos que el Dalai Lama nos dice que la luna es para un budista la representación de la serenidad y el reposo. El poema de Safo, ¿es un poema de agitación o reposo? Dejaré que Maurice Blanchot responda eso: “El reposo en la luz puede ser —tiende a ser— paz a través de la luz, luz que apacigua y pacifica; pero el reposo en la luz es también reposo —privación de toda ayuda e ímpetus externos— de forma que nada puede alterar, ni apaciguar, el movimiento puro de la luz… Reposo en la luz: ¿dulce apaciguamiento a través de la luz? ¿La difícil privación de de uno mismo y la totalidad del propio movimiento, una posición en la luz sin reposo? Aquí, dos cosas infinitamente diferentes son separadas por casi nada.” Sé que es severo, pero creo que esto es lo que ocurre cuando observamos la luna, y cuando escribimos: en ambos casos, dos experiencias infinitamente diferentes se separan por casi nada, y es esa misma nada la que es de mayor importancia y la que es más difícil mantener. Cuando Buzz Aldrin se reunió con Armstrong en la superficie de la luna, sus primeras palabras fueron: “Hermoso, hermoso. Magnífica
Artículo publicado por Tierra Adentro.