- Se ha establecido una antigüedad de hasta 10 mil 750 años antes del presente, la más remota para restos de carbón ubicados en cuevas inundadas de la península de Yucatán
- La investigación, avalada por el INAH, también prueba que el fuego de esas hogueras fue creado in situ por los primeros pobladores de nuestro continente
Hace más de 10 mil años, en una península de Yucatán muy distinta a la que conocemos: con un clima frío y extensas praderas que al oriente –en la costa norte del actual territorio de esta entidad– remataban en altos acantilados como los que ahora son propios de las islas británicas o la costa cantábrica de España, los primeros humanos de América ya interactuaban con el medio agreste, dejando huellas que hoy se descubren y estudian desde la arqueología y la ciencia.
Es el caso de una nueva investigación, avalada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), cuyos resultados son dados a conocer en el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, y publicados en el más reciente número de la revista Geoarchaeology, la cual comprueba –por primera vez en un contexto subacuático– que cazadores-recolectores encendieron y utilizaron fuego en el espacio hoy conocido como la Cámara de los Ancestros, formación ubicada en el sistema de cuevas del cenote Aktun Ha, en Quintana Roo,
Así lo evidencian 14 hogueras prehistóricas, cuyas muestras –obtenidas entre 2017 y 2018– fueron sometidas a estudios de laboratorio: calentamiento controlado, petrografía, tafonomía, espectroscopía de resonancia magnética nuclear y datación por carbono 14, entre otros, y demostraron dos puntos clave:
El primero, explica el arqueólogo Luis Alberto Martos López, adscrito a la Dirección de Estudios Arqueológicos (DEA) del INAH, relativo a una antigüedad que oscila entre 10 mil 750 y 10 mil 250 años antes del presente. Esta es la temporalidad más antigua reportada para carbón con asociación humana en un cenote de la península, coincidente con el fin de la última glaciación, ocurrida en el transcurso del periodo Pleistoceno al Holoceno.
El segundo y más importante, es la confirmación de que dichas hogueras –algunas de las cuales alcanzaron temperaturas de 600°C– tuvieron un origen antropogénico in situ, es decir, se descarta que los restos de carbón llegaran mediante la acción natural del agua tras el aumento del nivel del mar en la Tierra.
Tras asegurar que estos resultados son clave para entender el poblamiento del continente americano y de la península yucateca, Martos refiriere que el proyecto fue autorizado por el Consejo de Arqueología del INAH, y desarrollado bajo la coordinación de los investigadores Octavio del Río Lara y Rafael López Martínez, así como con la participación de Adriana Velázquez Morlet, quien en 2018 se desempeñaba como directora del Centro INAH Quintana Roo.
La Cámara de los Ancestros, añade, se reportó por primera vez en 1990, cuando dos espeleobuzos de apellidos Coke y Young, hicieron un primer recorrido en ella, ubicando tres acumulaciones de carbón, las cuales ahora se sabe fueron hogueras. En 1998 fue explorada por el INAH y en 2002 se tomaron las primeras muestras. Sin embargo, en la más reciente temporada se localizaron, además de las hogueras, pequeñas rocas, las cuales por su morfología y características, indican que pudieron ser herramientas: percutores, raspadores o lascas.
Aktun Ha se convirtió así en la primera cueva inundada, a nivel nacional, que mostró ocupación temporal humana prehistórica, quizá como habitación, refugio e incluso para fines rituales. Otros notables descubrimientos verificados por el INAH en contextos semejantes son los de Naharon, las Palmas y Hoyo Negro, con antiguos restos humanos, también ubicados en el laberíntico subsuelo que rodea a Tulum, y contemporáneos a los individuos que habitaron el cenote en cuestión.
“La trascendencia de estos hallazgos es que nos ayudan a reconstruir la historia del fuego, de gran importancia para el estudio de la evolución y migración humana. Por otra parte, aparentemente, las cavernas de Naharon y Las Palmas fueron usadas con fines funerarios, mientras que Hoyo Negro parece haber sido un sitio para abastecimiento de agua. En este caso tenemos un espacio, aparentemente, usado como habitación y refugio”.
La Cámara de los Ancestros se localiza a 150 metros de penetración desde la entrada del cenote y a 26 metros de profundidad. Es un espacio de alrededor de 20 metros cuadrados por 5 o 6 metros de altura. Su morfología –registrada en planos y en una reconstrucción en 3D– fue propicia para la ventilación del humo de la combustión de las hogueras, pues el aire caliente se elevaba y salía fácilmente de la cueva.
El cenote ‘carwash’ en tiempos prehistóricos
Aktun Ha es coloquialmente conocido con el sustantivo que en inglés designa a un local de lavado de autos. Esto debido a que en los años previos a su revalorización como sitio patrimonial, ocurrida en los años 90, era común que los taxistas del área de Tulum aprovecharan su cercanía con la carretera para limpiar allí sus unidades.
Ahora, el cenote, del cual una parte está abierta al turismo, es bien preservado por la autoridad ejidal, que también vigila la prohibición que existe para acceder al ramal que conduce a la Cámara de los Ancestros.
En época prehistórica era distinto. Luis Alberto Martos describe que la Cámara de los Ancestros fue una caverna seca a la que se accedía por una restricción natural: un espacio reducido de 5 metros de largo, 1.5 de ancho y no más de 80 centímetros de alto; un corredor natural que hoy, completamente inundado, resulta peligroso de atravesar incluso para los arqueólogos subacuáticos capacitados.
“Este pequeño túnel, oculto detrás de un montículo de rocas ricamente decoradas con estalactitas, estalagmitas y columnas que pudieron servir como una señal de acceso”, debía cruzarse a rastras, lo que, sin duda, proporcionó protección al acceso de la galería, evitando la penetración de los grandes depredadores de aquella era como fueron los tigres dientes de sable y los osos, o bien otras bandas de cazadores-recolectores.
Además de refugio, la cueva también proporcionaba agua dulce, ya que en el fondo de la Cámara de los Ancestros había un pozo natural, cuya existencia se comprobó al analizar restos de zinolita en la parte más profunda, mineral que se forma “por la concentración de carbonatos de calcio en la película superficial del agua cuando ésta se evapora, lo que claramente apunta a que fue un antiguo espejo de agua”.
Otras líneas de investigación abiertas tienen que ver con el paleoambiente, ya que a partir de las muestras reunidas en las hogueras, se identificó que el carbón proviene, mayormente, de arbustos caducifolios de los géneros Cedrela, Metopium y Casimiroa, propios de la vegetación de praderas.
Estos estudios también arrojaron la presencia de la especie Avicennia germinans, habitual en zonas con manglar, lo cual sugiere que los ocupantes de la caverna la llevaban desde la costa prehistórica cercana, hoy ubicada en la barrera arrecifal de la península, pues en aquella época el mar estaba 30 metros debajo de su nivel actual.
Cabe anotar que el proyecto contó con la participación de un panel multidisciplinario de expertos, coordinado por Octavio del Río, de la Nautical Archaeology Society y quien ha sido colaborador del INAH, y por Rafael López, del Instituto de Geología (IGL) de la UNAM.
Se trata de los ya citados Luis Alberto Martos y Adriana Velázquez, por parte de la DEA y del Centro INAH Quintana Roo, respectivamente; Elizabeth Solleiro Rebolledo y Jaime Díaz‐Ortega, del IGL; Bruno Chávez Vergara, del Laboratorio Nacional de Geoquímica y Mineralogía de la UNAM; Agustín Merino, del Politécnico de Santiago de Compostela; Alejandro Terrazas Mata, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM; Felipe Trabanino García, del Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM, y Eugenio Acevez, director del Museo de la Prehistoria en Quintana Roo.
Con información de INAH.