Con motivo de los 250 años del nacimiento del genio de Bonn están previstas múltiples celebraciones en todo el mundo
Con la llegada del año 2020, una de las mejores efemérides que se celebrarán en prácticamente todo el mundo es el 250º aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven, sin duda uno de los compositores más importantes en la historia de la música, un genio auténtico y un creador que desarrolló su vida con cierto heroísmo.
Si bien la fecha exacta del nacimiento de Beethoven no se conoce con precisión, sí se sabe en cambio que fue bautizado el 17 de diciembre de 1770 en Bonn, que entonces se encontraba dentro de los límites del Sacro Imperio Romano y que actualmente forma parte de Alemania.
Dentro de la historia de la música, Beethoven marcó la transición del periodo clásico al romántico, esto es, pasó de ser un compositor como Haydn o Mozart, sumamente apegado a las formas establecidas de la composición, con reglas muy específicas y caminos muy fijos para lograr la expresividad, a un espíritu mucho más libre, espontáneo y rico en emociones.
Es muy probable, de hecho, que sus obras más conocidas (la Quinta y la Novena sinfonías, la sonata para piano llamada coloquialmente “Claro de luna”, entre otras) lo sean justamente porque consiguieron cautivar al público ya no desde la “racionalidad” o lo intelectual, sino más bien desde la emoción pura. Al escuchar esas u otras piezas del periodo romántico de Beethoven inevitablemente sentimos algo, incluso si nunca antes hemos tenido contacto con la llamada música académica, y es a partir de ese sentimiento que la experiencia estética tiene una oportunidad de suceder.
Con motivo de los 250 años del nacimiento del genio de Bonn están previstas múltiples celebraciones en todo el mundo. Conciertos, exposiciones y lanzamiento de discos con interpretaciones renovadas son algunas de las actividades previstas para festejar a Beethoven y, por supuesto, dar a conocer su obra.
¿Pero por qué Beethoven contribuyó incluso a moldear la manera en que escuchamos música? En parte, por la evolución de su genio a la que aludimos anteriormente. “El compositor no sabía que iba a escribir una novena sinfonía cuando escribió la primera”, dice Robin, lo cual apunta hacia la progresión que tiene por sí mismo un gran interés de un creador que fue encontrando nuevos caminos a su talento de la mano de sus experiencias de vida.
Escuchar todas sus sinfonías, por ejemplo, sus sonatas o sus cuartetos para cuerda, bien puede compararse a una especie de viaje tanto por el tiempo como por la vida interior de un genio, pues lo mismo encontraremos ecos de entusiasmo que de dolor, de tristeza, de melancolía, de esperanza y de un profundo amor por la vida. Ese, sin duda, es el corazón del genio de Beethoven.
La Novena de Beethoven, una sinfonía para el mundo
Estrenada en 1824 y Patrimonio de la Humanidad desde 2001, la Novena representa el testamento de Beethoven. Su andadura, vinculada a grandes acontecimientos de los últimos siglos, refleja su importancia más allá del plano musical
El 7 de mayo de 1824, Viena vivía con expectación la que iba a ser la primera aparición pública de Ludwig van Beethoven en doce años. El motivo: el estreno en el Teatro Imperial de su Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, hoy informalmente conocida como la Novena. Toda Viena sabía que Beethoven, considerado entonces el más grande de los compositores, estaba completamente sordo.
El público que abarrotaba la sala contempló con reverencia cómo se colocaba tras el director de orquesta y seguía el estreno en una copia de la partitura, imaginando en su mente lo que los demás escuchaban. Para él, aquello era posible porque, como explica el profesor de Filosofía y crítico musical Jacobo Zabalo, “la música es matemáticas, es inteligencia. Los músicos del nivel de Beethoven no necesitan oír los sonidos físicamente, los tienen en la cabeza”.
Al finalizar el concierto estallaron los aplausos de un público conmocionado por lo que había visto y escuchado. La Novena era extraordinaria, no solo por su duración y magnitud instrumental, sino porque incorporaba un nuevo elemento: en el último movimiento intervenían cuatro solistas y un coro, que interpretaban el poema Oda a la Alegría, de Friedrich Schiller. Beethoven seguía enfrascado en su partitura cuando la ovación empezó y no reparó en ella, ni en los pañuelos que se agitaban en el aire, hasta que una de las solistas le alertó, tocándole suavemente el brazo. Solo entonces se inclinó y saludó a sus admiradores por última vez.
Genio inesperado
Después de aquella emotiva aparición se retiró de la vida pública. Tenía 53 años, una salud frágil y una vida agitada, atormentada incluso, a sus espaldas. Había nacido en Bonn en 1770, cuando la ciudad formaba parte del arzobispado de Colonia y del Sacro Imperio Romano Germánico. Su infancia, coinciden los historiadores, fue difícil. El grado de infelicidad varía en función de los autores, pero es indiscutible que aquellos años estuvieron marcados por un padre músico, mediocre y alcohólico, dispuesto a convertir a su hijo en un niño prodigio, como Mozart.
La disciplina férrea del progenitor, sazonada de golpes, no funcionó en un principio: a diferencia de Mozart, Beethoven no destacaría como intérprete hasta la adolescencia. Sin embargo, creció rápido, porque la salud de su padre se deterioró a causa de la bebida y perdió su trabajo en la orquesta de Bonn. A los diecisiete años, Ludwig era el cabeza de familia, y se había labrado una reputación como virtuoso del piano, incluso superior a la de Mozart, en el campo de la improvisación.
En Viena se convirtió en un autor reconocido, con patronos generosos, y sus obras se estrenaban sin dificultades.
En 1792 marchó a Viena gracias a la invitación del compositor austríaco Joseph Haydn. En la capital musical de Europa se convirtió en un autor reconocido, con patronos generosos, y sus obras se estrenaban sin dificultades. Hacía casi una década que se había publicado Oda a la Alegría, obra del romántico Schiller. Su mensaje de hermandad, con versos como “multitudes, fundíos en un abrazo”, había emocionado en su momento a un joven Beethoven de ideas liberales. Durante aquellos primeros tiempos en Viena proyectó adaptarla musicalmente.
La idea, sin embargo, permaneció arrinconada en su cerebro, muy ocupado en producir otras obras maestras y, a la vez, lidiando con duras experiencias vitales: su siempre delicada salud, una sucesión de enamoramientos que terminaron en rechazo… La principal de esas dolorosas experiencias sería su sordera.
Malhumorado e introvertido, Beethoven no era una persona fácil. Sin embargo, no tuvo problemas en desnudarse emocionalmente en la carta que, el 6 de octubre de 1802, escribió a sus hermanos Kaspar Karl y Nikolaus Johann. Tenía 32 años y le acababan de comunicar que su pérdida de audición era irreversible.
La noticia le provocó un estado depresivo que se refleja descarnadamente en la epístola. En ella expresa su angustia ante “la perspectiva de una enfermedad crónica”. Una tortura para un músico de su talla, para quien suponía una humillación revelar “la debilidad de un sentido” que en él había alcanzado “un grado de perfección máxima”.
La Novena “tiene pasajes que no solo rompen con su época, sino que hoy suenan casi futuristas”
En el documento, conocido como el Testamento de Heiligenstadt, Beethoven contempla, incluso, la posibilidad del suicidio. Pero no se quitó la vida. Tampoco envió la misiva, aunque la conservó hasta su muerte. Un acto que el historiador británico Philip G. Downs define como una especie de apologia pro vita sua: una defensa de su existencia no solo destinada a sus hermanos, “sino también a la humanidad, como su música”.
Quizá Beethoven sabía que su obra iba a formar parte de la parcela más brillante de la creatividad humana. No en balde, la Novena fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001. La sinfonía es la más conocida de una serie de composiciones excelsas que lo sitúan en el olimpo de la música clásica. Es también una obra que, más allá de esta disciplina, ha sido utilizada como referente por muy distintas ideologías.
Beethoven la completó en 1824, después de decidir que iba a colocar el poema de su admirado Schiller en “una gran sinfonía”. El empujón para completar el proyecto le llegó en 1817, cuando la Sociedad Filarmónica de Londres encargó dos nuevas obras de este tipo al autor de joyas como la Heroica, la Quinta y la Pastoral.
El proceso de escritura fue agónico, con más de doscientas versiones diferentes solamente de la oda, insertada en el cuarto y último movimiento. Aquella inclusión de voces era algo totalmente radical, pero no constituía el único factor iconoclasta. En la Novena, Beethoven mezcló la elegía con la cantata, la ópera italiana y la germana, la fanfarria militar y el réquiem. Creó, en definitiva, una nueva forma de arte, alejándose libremente de la tradición. Es una pieza que ha influido en la historia de la música y que aún sorprende: “Tiene pasajes que no solo rompen con su época, sino que hoy suenan casi futuristas, no los puedes ubicar temporalmente”, observa el profesor Zabalo.
Los usos de la Novena
Más allá de su valor musical, la Novena, a lo largo de casi dos siglos, ha tenido una andadura histórica propia. Tanto la pieza en su conjunto como el último movimiento se han visto apropiados por ideologías muy dispares y han desempeñado un papel simbólico en la reconciliación entre pueblos. Esta última característica fue uno de los argumentos esgrimidos por Alemania cuando presentó la obra a la candidatura de la Unesco.
La Novena en su conjunto, así como el último movimiento, se ha visto apropiada por ideologías muy dispares.
Mucho antes, personajes como Otto von Bismarck (1815-98) también se sintieron fascinados por ella. El fundador del estado alemán moderno llegó a decir que, si pudiera escuchar la Novena a menudo, sería más valiente. De hecho, el canciller la utilizó para subir la moral a sus tropas. Von Bismarck fue el primero en asignarle a Beethoven, defensor de la igualdad entre los hombres, el papel de inspirador de la raza germánica conquistadora. También lo hizo el régimen nazi, que no solo recurrió a la obra de Wagner para cimentar su doctrina.
En el siglo pasado, la Novena vivió una dualidad casi esquizofrénica, acorde con unos tiempos polarizados. Por un lado, fue la pieza que el violonchelista Pau Casals interpretó en los actos de proclamación de la Segunda República española, en 1931. Por otro, sonó en el Festival de Bayreuth de 1933, al que acudió la plana mayor de la jerarquía nazi. También se interpretó en abril de 1937 para celebrar el cumpleaños del Führer. De nuevo, los perpetradores de algunos de los peores crímenes de la humanidad se emocionaron escuchando el fraternal canto final.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la Novena fue la pieza sinfónica más tocada en ambos bandos. Directores como Toscanini, opuesto al fascismo y exiliado en Estados Unidos, la incluían con regularidad en su repertorio. Pietro Mascagni, por su parte, músico oficial del régimen de Benito Mussolini, la dirigía en conciertos multitudinarios. También lo hizo en el París ocupado un joven Herbert von Karajan, entonces miembro del partido nazi. Y fue la pieza escogida por la radio alemana para anunciar el suicidio de Hitler en 1945.
Puja general
La Novena continuó utilizándose pródigamente durante la segunda mitad del siglo XX. En 1974, la sección de la oda sirvió de base para el himno nacional de Rodesia. A los responsables del nuevo estado, defensor del apartheid, no parecía incomodarles que, dos años antes, hubiese sido adoptada por el Consejo de Europa como himno europeo. Ni que después de la Segunda Guerra Mundial hubiese sido propuesta por Naciones Unidas como himno mundial. Esto no se consiguió, pero, desde 1985, la adaptación de Von Karajan es el himno oficial de la Unión Europea.
La pieza es también indispensable en grandes acontecimientos: no solo en conciertos de Año Nuevo en países como Japón, sino también en casi todas las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos. En los de 1956 y 1964 sonó como himno común para los equipos de las dos repúblicas alemanas.
Pero quizá el acontecimiento histórico más importante en la trayectoria de la Novena fue su interpretación en Berlín en la Navidad de 1989, pocas semanas después de la caída del muro. El concierto, dirigido por Leonard Bernstein, reunió a una orquesta con músicos de las dos Alemanias. Bernstein no pudo contener la emoción cuando el coro entonó la oda final, en la que la palabra Freude (“alegría”) se había sustituido por Freiheit (“libertad”). “Beethoven habría dado su bendición”, concluyó el director estadounidense.
10 datos que no conocías de Beethoven
- Odiaba tocar el piano. A pesar de que sus partituras son de las más completas y amadas por los pianistas, lo cierto es que el joven Beethoven fue obligado desde que era un niño a practicar día y noche. Su padre vio en él potencial y solo quería que su hijo llegara a ser el próximo Mozart.
- Era prácticamente analfabeto. Obligado a trabajar desde temprana edad por problemas económicos en su casa, Beethoven sabía leer y escribir a duras penas, pero carecía de los conocimientos en matemáticas u otras materias.
- Siempre tuvo problemas de salud desde que nació. Sufrió sordera, tifus, reumatismo, infecciones, problemas en la piel, hepatitis crónica y cirrosis. Su sordera fue (probablemente) a causa de la viruela o el tifus.
- A partir de los 27 años su audición pasó a ser prácticamente nula escuchando únicamente un zumbido constante.
- La primera obra de Beethoven data de 1782, cuando tan solo tenía 12 años. Era una obra con 9 variaciones para piano y en Do menor. Los expertos de la época se sorprendieron de que fuera escrita por un niño ya que era una obra muy complicada de tocar incluso para los adultos.
- Beethoven compuso 9 sinfonías, 7 conciertos, 17 cuartetos para cuerdas, 32 sonatas para piano, y 10 sonatas para violín y piano.
- La mayor parte de su vida como compositor la pasó en Viena, Austria.
- A pesar de su reputación de ser rudo y gruñón, Beethoven tuvo muchas amistades y era bien querido. Se sabe que en su funeral fueron a despedirlo más de 20 mil personas.
- En 1824 completó su Novena Sinfonía (Coral).
- La fecha en que murió Beethoven fue el 26 de marzo de 1827.
Artículo publicado por Vanguardia.