Existe un consenso entre lectores y escritores: en la literatura argentina hay un antes y un después de Jorge Luis Borges, de cuyo nacimiento se cumplen 120 años. Para algunos críticos, el mismo autor de El aleph se encargó de que así fuera, mediante la clausura de ciertas tradiciones y su preferencia por otros modos de escribir ficciones. Ni el barroco ni el regionalismo fueron incluidos en su canon, abierto en cambio a la novela de enigma y los policiales, preferentemente en lengua inglesa; las fatigosas sagas nórdicas, el Quijote, Dante y Shakespeare, la obra de Franz Kafka y la literatura fantástica, en la que incluyó la teología, la metafísica y la filosofía especulativa. Gran defensor de la lectura por placer, Borges fue, además, un prescriptor de gustos e intereses.
La discusión acerca de la legibilidad e inteligibilidad de la obra de Borges vuelve en ocasión de aniversarios, homenajes y celebraciones. “Contrariamente a lo que se cree, Borges es un escritor ideal para principiantes, por su carácter hiperdidáctico, como insistía Enrique Pezzoni”, dijo a La Nación el crítico y editor Luis Chitarroni, que recomienda “comenzar por el comienzo” a la hora de leer la obra borgeana.
Él elige Historia universal de la infamia (1935). “Ahí se ve cómo va dejando las huellas necesarias para la redacción del relato. La exageración, las imágenes, todos los caminos de la literatura conducen a Borges -agrega el autor de Peripecias del no-. Y, si se lo encuentra a tempo, el laberinto para salir de su genio asfixiante. Gran parte del legado puede encontrarse en quienes van siguiendo el rastro de manera dispersa: Marco Denevi, J. R. Wilcock, César Aira, Daniel Guebel, no en los epígonos directos que lo malversan (no demos nombres)”.
“Entre los diversos legados de Borges, mencionaría el de haber conjugado tan fuertemente la escritura con la lectura, la idea de que escribimos a partir de lo que leemos, la idea de que escribir es reescribir -señala Martín Kohan-. La vigencia de su literatura, y aun su clasicidad, radican entonces en textos como ‘Diagonal Sur’ , de Jorge Consiglio, o El aleph engordado, de Pablo Katchadjian. Lo contrario de su momificación literaria en homenajes de cartón”. En cuentos como “Erick Grieg” (que reinventa de modo audaz “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”) y “El amor” (escrito al abrigo del genial “Emma Zunz”), el propio Kohan exploró los pliegues de la literatura de Borges.
El primer libro de Borges que leyó Cristina Iglesia, escritora, profesora e investigadora de literatura argentina y latinoamericana, fue Historia universal de la infamia, suerte de homenaje en clave risueña al Marcel Schwob de Vidas imaginarias (uno de los libros de la biblioteca personal de Borges). “A los dieciséis años me sentí atraída por ese título voraz que prometía tanto en relatos tan breves. Esos personajes (la viuda Ching, Lazarus Morell, Tom Castro, Monk Eastman, Bill Harrigan) y el modo en que el autor los describía en los títulos (‘pirata’, ‘el impostor inverosímil’, ‘el proveedor de iniquidades’, ‘el asesino desinteresado’) se quedaron conmigo para siempre”, recuerda. Después, Iglesia fue leyendo otros libros de cuentos y ensayos breves del que es el escritor argentino por antonomasia. “Más tarde me convertí yo misma en ensayista. Borges fue un disparador de lecturas críticas tan importante como Roland Barthes o Walter Benjamin”, afirma la autora de Dobleces. Ensayo sobre literatura argentina.
Para esta investigadora, es difícil hablar del impacto de Borges en la literatura argentina del siglo XX y XXI. “Ya nada sería igual después de sus ficciones y, además, él mismo se convirtió en una figura de la literatura universal”, agrega Iglesia, que considera que Ricardo Piglia fue el mejor lector de Borges, “el que entendió primero que nadie los procedimientos de su escritura que lo volvían tan único, como el hecho de que en sus textos la ficción operara sobre la realidad y la transformara”. Juan José Saer, en cambio, “apostó a una distancia sin cuartel, a ‘quemar los libros del viejo Borges’, como hace un personaje en uno de sus cuentos, para articular una obra poderosa”. Hoy, la autora de Justo entonces no está segura de que los que comenzaron a escribir a fines del siglo XX o inicios del XXI sigan leyendo a Borges como “incitador de escritura”.
Borges, el inmortal
Cuando era adolescente, en su Ramallo natal, Sergio Bizzio comenzó a leer libros de Borges. “Lo primero que leí fue El aleph (1949) -dice el autor de Borgestein-. El libro, no el cuento. El libro empieza con ‘El inmortal’, así que eso fue lo primero que leí. Yo debía tener unos quince años; lo que recuerdo de esa lectura de ‘El inmortal’ es, primero, que no lo entendí, pero algunas imágenes eran increíbles. Y segundo, que es prueba de lo primero, es que el cuento [protagonizado por el tribuno romano Marco Flaminio Rufo] era una historieta, el guion de una historieta maravillosa”. La recomendación de Bizzio para quien no haya leído nunca antes a Borges es que no comience por “El inmortal”, sino por el cuento “El aleph”, célebre relato ambientado en una casa de la calle Garay que Fogwill, a inicios de la década de 1980, deshizo y rehízo en el relato “Help a él”.
“En la actualidad tengo con la obra de Borges la relación que se tiene con una ciudad europea que se visitó hace tiempo, en la juventud -grafica el escritor Oliverio Coelho-. Es decir, una fascinación distante, aunque cada tanto relea algún cuento o ensayo. En la biblioteca de mi casa estaba el volumen verde de sus obras completas publicadas en vida. Ese libro de tapas ciegas y páginas amplias tenía contextura borgeana. A la vez tenía algo sagrado. Sigo conservándolo”.
Cuando el autor de Bien de frontera descubrió la obra de Borges, quedó cautivo y la leía permanentemente. “Primero accedí a sus libros ultraístas de poesía, como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) [que no se reeditaron en vida de Borges], donde la Buenos Aires pasada y los arrabales me presentaron la ciudad en la que me había tocado nacer -recuerda-. Después a sus cuentos, que significaron un modelo a la hora de escribir. Como todo joven, no pude resistir la tentación de imitarlo. Más adelante, salté a su obra ensayística, que me parece el punto más alto de su obra, y que recomendaría no leer al principio”.
Para Coelho, que acaba de publicar Hacia la extinción, un nuevo libro de cuentos, Borges creó un camino que confluye en sus ensayos. “Para llegar ahí, la lectura de su poesía y su ficción es un paso ineludible”, advierte. Entre los libros de ensayos de Borges, cabe recomendar Historia de la eternidad (1936), Otras inquisiciones (1952), que incluye escritos memorables sobre Oscar Wilde (Borges tradujo “El príncipe feliz”, cuento del autor inglés, a los nueve años), G. K. Chesterton y John Keats, y el iluminado Nueve ensayos dantescos (1982), sobre La Divina Comedia.
Un reproche del hacedor de ficciones
Según indica César Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos, “lo mejor de Borges en su vejez había pasado a lo oral, a sus conferencias, y sobre todo a las réplicas siempre ingeniosas, nunca obvias, casi siempre geniales, que prodigaba en los infinitos reportajes a los que era sometido”. Esos materiales fueron recopilados en libros de grata lectura.
Escritor y periodista, Fernando Sorrentino entrevistó al autor de Discusión (1932) en varias ocasiones. “El 2 de diciembre de 1968 conversé por primera vez con Borges -evoca con exactitud el artífice de Siete conversaciones con Jorge Luis Borges-. Me dirigía a mi empleo de entonces y mi fortuna quiso que él emergiera de la estación Moreno del subte C a la plazoleta que divide la avenida 9 de Julio. ¡Mi ídolo literario! Al borde del infarto múltiple, corrí a su encuentro, lo saludé con emoción, con torpeza, con taquicardia; farfullé mi apellido y le dije que vivía en Palermo. Creo que este detalle le gustó”. A continuación, como si hubiera sido un alumno que deseaba obtener buena nota de su profesor, Sorrentino le dijo a Borges que sabía de memoria unos cuantos poemas suyos. “Para probarlo, al instante eché a recitar ‘El tango’. Pero, acaso al llegar al tercer cuarteto, Borges detuvo mis ímpetus con el más agradable y simpático de los reproches: ‘¡Qué ganas de perder el tiempo leyendo esas tonterías!’, me dijo”.
Sorrentino también publicó El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges, de 2011, y Conversaciones con Jorge Luis Borges, título de 2017 que reúne opiniones de Borges sobre temas variados e incluye breves semblanzas de personalidades de la literatura argentina, como la siguiente: “Macedonio Fernández era muy amigo de mi padre. Se habían propuesto fundar una colonia anarquista en el Paraguay. Mi padre se casó el año 98 y no participó en la colonia. De modo que Macedonio Fernández pertenece a mis primeros recuerdos. Cuando volvimos de Europa, en 1920 o 21, en el puerto estaba Macedonio Fernández esperándonos”.
Libros de Antonio Carrizo, Alejandro Vaccaro, Roberto Alifano y María Esther Vázquez, entre otros interlocutores privilegiados, alimentan esa conversación secreta, interminable y radiante que crece entre los lectores y el gran escritor argentino a lo largo del tiempo.
Cinco libros para acercarse a la obra de Borges
La infinita bibliografía sobre Borges y su obra reúne estudios académicos y libros de divulgación, casi siempre a cargo de críticos y escritores que estudiaron en profundidad su literatura poblada de espejos, laberintos, tigres y, sobre todo, literatura. Elegimos cinco títulos de esa vasta producción.
Homenaje a Borges, de María Kodama (Sudamericana). Publicado en 2016, a treinta años de la muerte de Borges, la autora, que fue su compañera durante dieciséis años, seleccionó varias conferencias que ha dado sobre él y su obra en todo el mundo. La intimidad, los viajes y el amor por la literatura y el conocimiento se conjugan en una obra personal.
Las letras de Borges y otros ensayos, de Sylvia Molloy (Beatriz Viterbo). Este clásico sobre la obra del escritor argentino, publicado en 1979, fue reeeditado dos décadas después por el sello rosarino que lleva el nombre de un personaje de “El aleph”. Molloy aborda los recursos, temas y figuraciones que constituyen el método borgeano.
Borges, un escritor en las orillas, de Beatriz Sarlo (Siglo XXI). Resultado de cuatro conferencias que la autora brindó en la Universidad de Cambridge, el libro ofrece una mirada integral sobre el Borges universal y cosmopolita admirado en todo el mundo, y el escritor afiliado a una tradición y un escenario cultural propio de la Argentina, en el que Borges intervino con osadía a lo largo de su vida.
Borges y los clásicos, de Carlos Gamerro (Eterna Cadencia). Se puede decir que este libro hace el camino inverso al de Sarlo, al revelar el modo en que Borges se acercó (para decirlo suavemente) a los grandes clásicos de la literatura de Occidente, como la Ilíada, La Divina Comedia, el Quijote y el Ulises, entre otros, en sus ficciones y ensayos.
Borges para principiantes, de Verónica Abdala y Carlos Polimeni (Errepar). Ilustrado por Rep, este libro recorre en simultáneo la vida del escritor, la aparición de sus obras y el contexto social y político de la Argentina y del mundo. Entre las fuentes, se incluyen testimonios del prestigioso ensayista estadounidense Harold Bloom (para quien el mejor relato de Borges es “La muerte y la brújula”).
Con información de La Nación.arg.