En un principio no existía en el mundo más luz que la que proporcionaba la luna; por ello, en busca de conseguir una mejor iluminación, los hombres le pidieron a la luna que les enviara a su hijo.
Ella aceptó y mandó a los hombres su único hijo, un joven cojo y tuerto, a quien vistieron de ceremonia para arrojarlo a un horno en el que fue consumido. No obstante, después de viajar por el inframundo, el joven resurgió como El Padre Sol.
En la cima del cerro un guajolote lo nombró Tayau y así es como emergió el mundo tal y como lo conocemos.
Este es solo uno de los mitos pertenecientes a uno de los tres grandes ciclos en los que se dividen las ideas fundacionales del pueblo wixárika, también conocido como pueblo huichol (castellanización de su nombre).
Este pueblo habita en la región del Gran Nayar. Su territorio abarca zonas de cuatro estados: Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas. La cosmogonía de este pueblo, su manera de comprender y organizar el mundo, está repleta de múltiples figuras, deidades y símbolos entre los que se encuentran el venado, el peyote, el viento y el águila.
Estos mitos y sus signos son representados en diversas expresiones artísticas, como en las tablas huicholas o tablas nierika, nombre que se la da a los mosaicos elaborados por este pueblo indígena.
Nierika es un término que significa “don de ver”, que hace referencia a un “instrumento para ver” o que es alusivo a la “visión de los dioses ancestrales”. Para los wixaritari, el nierika se obtiene por medio de un ritual que tiene como finalidad conocer el “estado oculto” o “auténtico” de las cosas.
Las tablas nierika, que pueden representar el mundo de los dioses o estar inspiradas en sueños o visiones, se arman con chaquira o estambre pegados con cera sobre superficies planas de madera. Su auge se dio en el siglo XX y se enarbolaron a partir de una técnica tradicional empleada en la elaboración de ofrendas tradicionales.
Uno de los artistas más famosos que utilizaron esta técnica fue Yucaye Kukame (1938-2009), cuyo nombre significa “Caminante Silencioso” y quien también fue conocido como José Benítez Sánchez, un mara’ akame o líder espiritual con grandes conocimientos. La pieza más destacada de este artista es “La visión de Tatutsi Xuweri Timaiweme”, considerada una de las más importantes obras que plasma la cosmovisión de la cultura wixárika.
Esta tabla, que tiene una medida de 122 x 244 cm, plasma trece deidades, nueve mitos y nueve símbolos representativos de la cultura wixárika. Su saturada iconografía no solo muestra el panteón huichol sino que es considerada una visión sagrada.
El protagonista de esta pieza es una deidad o ancestro deificado de nombre Tatutsi Xuweri Timaiweme (Nuestro Bisabuelo), cuya visión sobre el universo es todo lo que contiene la tabla. Algunas figuras que también están representadas son Tatutsi Maxakwaxi y Tatutsi Tawikuni (Nuestros Bisabuelos); Tatewari (Nuestro Abuelo, Dios del Fuego); Tayau (Nuestro Padre, El Sol); Xurawe Tamai (Los Gemelos Héroes: Estrella del Alba y Estrella de la Tarde); Tatei Haramara (Nuestra Madre, La Mar); Teateiteima (Las Diosas de La Lluvia); Tatei Yurianaka (Nuestra Madre, La Tierra) y Tamatsime (Nuestros Hermanos Mayores, Los Dioses Venado).
Algunos de los elementos presentes en esta tabla son el nierika, representado en objetos redondos o romboidales; el peyote, que ocupa un lugar sagrado en su cosmovisión; la cornamenta de venado, que es un símbolo de poder y remite a una de sus figuras míticas más importantes; las serpientes, que son un animal divino; las flechas, portadoras de plegarias; y uxa, la pintura facial de símbolos que remiten a un ancestro mítico y que es considerada un “reflejo del sol” o “signo de la visión de los dioses”.
La mayor parte de la superficie de esta pieza está conformada por uxa; por ello, se considera que esta obra representa un rostro “iluminado con los trazos del sol”, al mismo tiempo que es un “instrumento para ver”; es decir un nierika en sí mismo que devela los universos sagrados de la cosmogonía wixárika.
Esta obra maestra, cuyo valor no solo radica en lo artístico sino en la basta representación de primera mano que contiene la compleja y rica cosmovisión de este pueblo indígena, fue elaborada en 1980 y originalmente conservada e interpretada por Juan Negrín Fetter, un estudioso de la cultura wixárika.
Años después pasó por una colección privada y a finales de la década de 1990 fue donada al Museo Nacional de Antropología. Actualmente forma parte del acervo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).