Guadalupe Cruz Ramírez, Lupita, porta el uniforme beige desde junio del 2015, cuando fue acusada de presunto homicidio en una riña ajena. “Me ha costado mucho porque se desintegra una familia, y las autoridades no lo ven así. Ya les comprobé que no maté, ni di una orden”.
Mientras muestra sus cicatrices, cuenta que se quedó viuda luego del secuestro de su esposo, ese hecho la obligó a deshacerse de su patrimonio y quedó al frente de una familia. “Todavía tengo uno de 15 años que se aísla mucho, me necesita, casi no lo veo; cuando viene llora, por eso no me gusta que lo traigan, es difícil. Son cuatro varones y una mujer, ella viene a verme pero no puede siempre porque trabaja. Yo les digo que no soy Batichica, pero les hago falta para educarlos, guiarlos y que no tomen malas decisiones”.
Lupita, a pesar de las adversidades, ha encontrado una motivación al interior de la cárcel, ya que es integrante de Mujeres en Espiral, un proyecto dirigido por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que apoya en materia de justicia, perspectiva de género y pedagogías. Capacita a madres en reclusión en el Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla (SMA).
El proyecto universitario está integrado por académicas, pasantes y estudiantes que cada lunes visitan esa prisión con el objetivo de ayudar a las reclusas a organizarse en redes horizontales y establecer una microsociedad constituida con autonomía y autoservicio.
Según el informe sobre los centros de reclusión de baja capacidad 2018 de la CNDH, en México 10,594 mujeres están recluidas, y hasta el 23 de marzo del 2018, en SMA había 1,269. Casi 80% de las reclusas son madres, y en su mayoría jóvenes: “Están encerradas en promedio desde los 22 años de edad y hasta los 40 y tantos, justo en la edad reproductiva. Son madres cuando ingresan, durante la estancia y cuando salen”, explica Marisa Belausteguigoitia Rius, académica de la Facultad de Filosofía y Letras y titular del proyecto.
Murales que dan voz
Marisa platica a El Economista que la UNAM, como institución pública, tiene como una de sus más grandes misiones atender las urgencias sociales. “El problema de las prisiones, el sistema de justicia y sobre todo hacia las mujeres, es algo que pocos voltean a ver, pero que tiene grandes necesidades”.
Después de una petición muy particular, donde las mujeres estaban demandando color en las prisiones —pues éstas son grises o azules oscuro— llegó el proyecto. “Una cosa tan extraña como que se prohíba el color nos ayudó a entender que eso era sólo el principio de una serie de prohibiciones y que podíamos ayudar”.
Hacer murales fue el detonante para que estas mujeres se irguieran y tomaran la palabra, transformaron el espacio donde viven en un lugar de mujeres intelectuales, activas, con voz y con futuro, asegura la especialista.
Un proyecto que estaba programado del 2008 al 2014 se quedó de manera permanente, se constituyó y agregó prácticas pedagógicas, artísticas y jurídicas, “empezamos a trabajar como si las mujeres fueran universitarias y los estudiantes unos fugitivos, con esa especie de trueque se ha trabajado con estas mujeres y hemos descubierto las múltiples formas en que las madres se inventan para poder dar dinero a sus hijos y subsidiarse”.
Canasteras, voceras, tatuadoras, de limpieza, cargadoras, haciendo uñas, entre otras, son las más de 50 labores que se han descubierto; reparadoras, estafetas, pintoras de letreros, cantantes de la visita, pintoras de estancias, chapulineras, maestras de idiomas, lectoras de la fortuna, artesanas, recaderas, en fin, han convertido estos espacios también en un centro de producción.
Una carga emocional extrema
La doctora Belausteguigoitia Rius cuenta que aprender de este ecosistema los llevó también a entender que aquí la maternidad es muy castigada. Se vive una carga emocional muy fuerte por no estar, además de la carga de cumplir una condena.
“Hay un castigo social y cultural muy agudo a las mujeres si tienen algún tipo de fallo o fractura en las tareas que tienen que ver con la maternidad”, desde la provisión de afecto, cariño, seguridad, limpieza, el catálogo de lo que una madre ofrece es muy extenso. “La sociedad y las propias mujeres son muy castigadoras si las madres fallan. Cada una de esas labores que no se puede realizar estando ahí adentro se siente en el cuerpo, duelen y son acumulativas, verdaderamente en la cárcel se vive una depresión enorme”.
Para este tipo de situación tan específica, dijo, hay que dar solución. “Nosotros hemos comprobado que las mujeres que pasan por Espiral no reinciden. Trabajar con ellas desde la perspectiva de género te garantiza que las mujeres se dan cuenta de lo que significa ser mujer en el ámbito criminal, familiar, laboral, etcétera”.
En el ámbito laboral, puede ser que te paguen menos o que tengas menos prestaciones, en el criminal es que te integren a un plan decidido donde no sabes qué van a hacer al final, te ponen los papeles que menos dinero reciben y más dinero conllevan; “al darse cuenta que hicieron mal, pero que han sido vulneradas y que ser mujer influyó en su debilidad y la manera en que los roles y la femineidad determinaron esa fragilidad y ceguera en la que cayeron para acabar en la cárcel, las hace pensar muy diferente”.
La especialista fue tajante, cuando trabajas con mujeres en la cárcel prácticamente trabajas con madres, “es como cuando le das el trabajo a una mujer, se lo das a una madre y entonces tienes que adecuar tus políticas, horarios, formas de ascenso y demás desde la perspectiva de género. Esto mismo pasa en una cárcel, cuando una de ellas entra aquí, encarcelas a una madre, una abuela, una tía, una hermana, una esposa, y ese lugar es carísimo para la familia, porque dejas a niños que tienen que ser recogidos por la familia cercana y se empobrecen más familias”.
“Todo el sistema está para no resolver adecuadamente el problema de la desobediencia, crimen y castigo, el cual se aplica sin ninguna medida, mesura, pruebas, evidencias y procesos claros. Por ejemplo, los abogados de oficio para 1,300 mujeres son dos (…) Nos interesa mucho hacer de las mujeres sujetos ciudadanos completos y con todos sus derechos a partir de prácticas educativas y artísticas”.
Con información de El Economista.